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Ignacio Villa

La batalla de La Moncloa

Este lunes comienza formalmente el trimestre político más duro de los últimos años en la política española. Cuando faltan algo más de dos meses para las elecciones generales de marzo, dos nuevos candidatos se enfrentan por la batalla de La Moncloa. Dos candidatos que se disputan en una sola batalla todo su futuro político. Ciertamente, el candidato del PP, Mariano Rajoy, llega con una clara y meridiana diferencia sobre Rodríguez Zapatero, y también es verdad que el candidato socialista inicia esta recta final haciendo agua por muchos y diferentes frentes; pero lo único que vale en democracia son las urnas y por lo tanto ni las encuestas que indican una apabullante victoria del PP, ni la tremenda crisis interna que atraviesa el PSOE deberían tenerse ahora en cuenta. Los cuentakilómetros de los dos candidatos se ponen a cero y la carrera comienza en estos momentos.
 
Dicho esto, habrá que añadir que el secretario general del PP inicia la recta final con una confortable situación. Después de un impecable proceso sucesorio, Mariano Rajoy ha podido situarse ante la sociedad española como el candidato de los populares a la presidencia del Gobierno sin prisas y sin agobios. Conferencias programáticas, recorrido por todas las Comunidades Autónomas, agenda internacional y presencia en las distintas Instituciones del Estado le han llevado a ofrecer una imagen de sosiego y al mismo tiempo de identificación plena con toda la "herencia de Aznar". Rajoy se encuentra en una situación inmejorable para afrontar esta recta final, pero también es cierto que en estos momentos inicia esa carrera en solitario. Rajoy ya se encuentra cara a cara con las elecciones, y deberá tomar las primeras decisiones personales: las listas electorales. El nombramiento de Gabriel Elorriaga —su primera decisión de calado— ha sido una buena señal de su talante: quiere contar con los mejores, dejando de lado etiquetas y familias. Rajoy, pues, en posición de salida, pero ya acompañado de la soledad y de la responsabilidad propia de cualquier candidato.
 
En los bancos de enfrente, el candidato Zapatero. Una situación bien diferente. Con el partido roto por aquí y por allá, con la autoridad política por los suelos, con un equipo de colaboradores de "medio pelo", el secretario general del PSOE ha cometido el último error estratégico. Ha "quemado" con filtraciones inexplicables en plenas vacaciones de Navidad su programa electoral. Buscando inexistentes golpes de efecto, queriendo —sin conseguirlo— llamar la atención, Zapatero ha dilapidado sus propuestas electorales. ¿Quién le habrá vuelto a aconsejar con tan poco acierto? Desde la dirección socialista han ido dando a conocer algunas de las iniciativas electorales pero lo han hecho de forma inconexa, sin explicar la financiación de esas iniciativas y desperdiciando todo "efecto sorpresa". Con este panorama, Zapatero se presenta en la recta final con "todo el pescado vendido" y lo que es más grave, sujeto mañana, tarde y noche a las "machadas" de Carod Rovira. Han sido tan torpes en Ferraz que ahora el verdadero programa electoral del PSOE vendrá marcado desde Cataluña como una permanente y constante tortura.
 
En fin, como ven las cosas aparecen muy claras. Pero sería un error para los populares confiarse en esta situación. La política es altamente traicionera, y aunque el panorama es envidiable para Rajoy, la última batalla electoral hay que darla. La carrera de marzo ha comenzado.

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