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Diana Molineaux

Una pica en México

Después de tres años en la Casa Blanca, el presidente Bush no ha conseguido todavía sacudirse del todo la fama de ser algo tontorrón. Pero ni sus peores detractores dudan de su habilidad política, que ha quedado demostrada una vez más con su propuesta para mejorar las posibilidades de los inmigrantes ilegales en Estados Unidos.
 
Bush ha acertado tanto por la oportunidad, como por el lenguaje, anunciando su plan en vísperas de la Cumbre de las Américas que se celebrará en México, desde donde el presidente Vicente Fox ha estado pidiendo desde hace años mejoras para los mexicanos que emigran a Estados Unidos. Además, lo hace al principio de la campaña electoral, lo que representa una pirueta semejante a la del Medicare, la reforma de la asistencia médica a los jubilados, pues en ambos casos se ha apropiado de cuestiones tradicionalmente demócratas.
 
Con la inmigración, como el Medicare, los demócratas difícilmente pueden oponerse a lo que han estado pidiendo durante décadas y los republicanos tan solo pueden poner una resistencia tímida en este año electoral, especialmente cuando la importancia del voto hispano es evidente: el electorado hispano ha pasado del 2% en 1988 al 7% en las elecciones del 2000, y estará en torno al 9% el próximo noviembre. En 1996, el candidato republicano Bob Dole recibió el 13% de ese voto, poco más de la tercera parte que Bush, que se llevó el 35%. Es evidente que en una elecciones que probablemente serán muy reñidas, pues en la fase final, con diferencias en torno al 2 o 3%, este 35% del voto hispano puede ser decisivo, pues representa algo más del 3% del total.
 
En cuanto a Vicente Fox, no se trata simplemente de un regalo para corresponder a la invitación, sino que Bush tiene en su generosidad su propia recompensa. Por una parte, necesita a México para su política exterior en Hispanoamérica y su combate contra el narcotráfico y, por la otra, la mayor parte de la población hispana viene de México y el sentimiento al otro lado de la frontera se reflejará en los votos de noviembre.
 
También en el lenguaje hay una maniobra, porque Bush insiste en que no se trata de una "amnistía" sino de un programa de "trabajadores invitados", igual que los alemanes hablaron durante décadas de los "gastarbeiters", palabra que tiene exactamente la misma traducción que los "guest workers" de que habla ahora Bush. A diferencia de Alemania, donde el gobierno se quejaba de que "hemos invitado a obreros y nos hemos encontrado con personas", Bush prevé darles todos los derechos, permitiéndoles incluso pedir la ciudadanía.
 
A pesar de los claros beneficios electorales y diplomáticos, los inmigrantes todavía tendrán que esperar. Las propuestas de Bush no se van a materializar mientras el Congreso no las convierta en ley, pero las chispas que saltarán en los debates legislativos se convertirán de inmediato en municiones para la campaña electoral.

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