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El triunfo de quien prometió retirar nuestras tropas de Irak no detuvo la carrera terrorista de la banda del Tunecino. La detuvo la policía. En un vídeo amenazan al gobierno venidero por lo de Afganistán. Pero nadie ignora que el vuelco electoral que con malas artes propició la izquierda y sus medios afines exigió inventar una diáfana relación causa-efecto entre la guerra y los atentados de Madrid. Hoy sabemos que esa relación no existe, que la masacre empezó a planificarse antes de la cumbre de las Azores.
 
También es curioso que no se haya reparado en el estado de alarma decretado en Francia, opuesta a la guerra. Se ha dicho que allí las amenazas obedecían a la prohibición de símbolos religiosos. Si cometemos el error de entrar en la lógica del fundamentalismo, siempre encontraremos alguna razón para sus amenazas. Aunque dejemos Irak, y luego Afganistán, el rosario de motivos continuará. El musulmán considera nuestro suelo tierra arrebatada. A ver si nos enteramos ya: la existencia misma de nuestra nación es una ofensa para aquellos musulmanes que siguen usando categorías medievales. Al fin y al cabo, España, como primer estado moderno, se forjó contra el Islam, que por primera y única vez perdió territorio.
 
En el odio a España no están solos; lo comparten con los que se disponen a aprovechar las garantías de la Constitución para liquidarla. Contemporizarán en el parlamento mientras en sus aulas, diarios, páginas web, reuniones y festejos avivan la inquina. Proclamar Barcelona ciudad antitaurina es una forma de masturbación como otra cualquiera; ellos entienden “Barcelona ciudad antiespañola”. Y gozan.
 
Al enemigo de fuera cree Zapatero que podrá aplacar; al de dentro lo tiene por amigo. Mantener nuestro peso en la comunidad internacional le va a resultar muy complicado, y ya corre a esconderse detrás de Francia y Alemania. No menos difícil le va a resultar al hombre con cara de eterna sorpresa atar la mosca de la cohesión territorial por el enhiesto rabo del soberanismo periférico, crecido y valentón. En esta tesitura, casi parece superfluo denunciar sus contradicciones en política económica o su exhibición de fósiles felipistas. Lo que está en juego es España, y cualquiera que no sea Zapatero lo sabe. Pero es él quien ha de pilotar la nave tras haber contribuido notablemente a desatar la tempestad.
 
¿Se subirían ustedes a un avión pilotado por este hombre? Pues el hecho es que ya estamos subidos, los motores rugen y el comandante enfila la pista de despegue mientras observa desconcertado el cuadro de mandos. “¡No cambies, chico!”, le grita alguien en árabe, desde la clase turista, agarrando una mochila. “No te olvides de quién te ha puesto ahí”, le dicen otros desde la business class agarrando unos paracaídas. La copiloto María Teresa, que sabe latín, tiene línea directa con el comandante retirado González, que dictará instrucciones con voz penetrante desde la torre de control.

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