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Alberto Acereda

La libertad amenazada

Los ciudadanos libres del mundo asistimos a otra encrucijada histórica en la que está en juego nuestra propia libertad. Desde Aristóteles a F. Hayek pasando por J. Stuart Mill existe toda una filosofía de la libertad humana. En ella aprendemos que lo que distingue al hombre del resto de la naturaleza es la libertad de escoger entre el bien y el mal. La historia nos ha mostrado que el mal estuvo y sigue estando en la privación de la libertad humana y en el uso del terror para acabar con ella. El siglo XXI se inició con un ataque terrorista contra los ciudadanos libres de Estados Unidos, cuna de la primera y más antigua constitución liberal y democrática del mundo: la misma constitución que ha servido de modelo a las de las naciones civilizadas y libres del planeta, incluida España. La defensa de la libertad exige, por tanto, luchar contra quienes aterrorizan nuestras sociedades libres en cualquier geografía o quienes privan a otros hombres de alcanzar esa misma libertad.
 
José Ramos-Horta, Premio Nobel de la Paz en 1996, acaba de publicar el 13 de mayo una columna de opinión en el Wall Street Journal  en la que apoya totalmente y sin ningún reparo la presencia norteamericana en Irak. Aunque reconoce que el uso de la fuerza debe ser siempre el último recurso, afirma que en ocasiones no cabe otra posibilidad, con o sin mandato de Naciones Unidas. Su argumentación se apoya en varios casos históricos de uso justificado de la fuerza que incluyen a algunos de los países que, como Francia, negaron contradictoriamente su apoyo a Estados Unidos en Irak. Para Ramos-Horta, las consecuencias de no hacer nada frente al mal las pudo ver el mundo cuando en 1994 no se paró el genocidio de Rwanda que acabó con la masacre de más de un millón de personas. Por eso y tras mencionar la cobarde actuación del gobierno socialista español, afirma: “Es siempre más fácil decir no a la guerra, incluso al precio del apaciguamiento. Pero ser políticamente correcto significa dejar sufrir a los inocentes… Y eso es lo que están haciendo quienes salen corriendo de Irak”.
 
Nadie puede negar hoy que la doble intervención militar en Afganistán e Irak ha acabado con dos regímenes déspotas y tiránicos que privaban a sus ciudadanos de toda libertad. La historia se repite y el diálogo con los genocidas y tiranos resulta imposible. Por eso los norteamericanos y sus aliados actuaron en las dos guerras mundiales para liberar a Europa del totalitarismo. Lo mismo hicieron luego en Kosovo y ahora en Afganistan y en Irak. La crudeza del terrorismo fanático y radical es prueba de su miedo y su odio hacia la creación de un Irak en libertad, alejado del integrismo islámico.
 
Por eso, la decisión de Zapatero de retirar las tropas españolas fortalece a los asesinos y envía un mensaje de cobardía a los terroristas. Es, en el fondo, el mismo terrorismo radical que (unido a otros terrorismos todavía por aclarar) masacró a casi doscientas personas en Madrid para generar miedo, cambio de gobierno y salida de las tropas de Irak. Es el mismo terrorismo que teme el progresivo advenimiento de las libertades públicas en Irak, el que no quiere, por ejemplo, que las niñas iraquíes vayan a las escuelas. Es el terrorismo que quiere decapitar nuestra libertad de igual modo que degollaron al joven inocente Nicholas Berg frente a un vídeo. El triunfo de la democracia pasa también por castigar, como ya está haciendo Estados Unidos, a quienes en su ejército realizaron execrables abusos contra los prisioneros. Pero el triunfo de la libertad pasa igualmente por castigar a los medios de comunicación que publican fotografías falsas y directa o indirectamente apoyan a los asesinos. La libertad pasa por un compromiso de todos, al margen de fobias antiamericanas y falsos pacifismos utópicos.
 

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