El XXXVI congreso del PSOE ha sido, como era de esperar, el congreso de Zapatero. Sin embargo, no puede decirse que el congreso de Zapatero haya sido el congreso del PSOE. Al contrario, el partido sale de este cónclave precariamente unido en torno a un líder que sólo lo es, y de modo indiscutido, a condición de que no ejerza el liderazgo. También se consagra en este congreso la separación estructural del PSC de lo que una vez fue partido común, aunque la ficción jurídica proclamase lo contrario, pero que en esta ocasión se ha convertido en lo más parecido a los socialcristianos de Baviera con respecto a los cristianodemócratas alemanes, bien que con una diferencia esencial; los bávaros son leales al proyecto nacional alemán; los catalanes del PSC son radicalmente insolidarios con respecto al proyecto nacional español. En rigor, aunque no sean los más violentos ni los más radicales, son sus más peligrosos enemigos. Y la razón es obvia: ni la ETA, ni el PNV ni ERC ni el BNG rompen la condición nacional española del PP y del PSOE, las dos ruedas sobre las que marcha la democracia española. El PSC, sí. Ha roto los radios de una de las ruedas y, evidentemente, no se sabe dónde acabará el vehículo. En la cuneta, quizás.

Mucha publicidad, pero poca autoridad

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