Aunque en la sección "efemérides" de la página web oficial de nuestro Comité Olímpico no aparezca por ningún lado, los españoles sí tuvimos claro el 10 de agosto de 1984 que aquella final contra los Estados Unidos de América sí era un hecho histórico, quizás irrepetible e inaudito. Acabo de escuchar al estudiantil Carlos Jiménez, que por aquel entonces debía tener ocho añitos, decir que desde aquel momento la selección española de baloncesto no ha vuelto a conseguir nada relevante. Pero no es sólo eso. Aquella "medalla de plata y oro" -todo el mundo sabía, mucho antes de que empezaran los Juegos, que el campeonato lo ganaría fácilmente el equipo del afamado Bobby Knight- generó lo que luego denominaríamos boom del baloncesto español, efecto del que sigue tratando de vivir, aunque bien es cierto que con la respiración asistida, la Liga ACB. El éxito de los Fernando Martín, Epi, Chicho Sibilio, Corbalán o Jiménez, condujo de nuevo a los aficionados hasta las canchas.
También yo debía tener la sensación de que aquello era algo grande puesto que la final (y semifinal, de la que ahora hablaré) las grabé en vídeo, aunque hace tiempo que no puedo revisarlas porque están en el prehistórico sistema Betamax, y ahora quien no graba en DVD (ni siquiera en VHS) ya es un carca y un antiguo. La final contra aquel "equipo de ensueño" formado, entre otros, por Pat Ewing, Sam Perkins, Chris Mullin o Michael Jordan -probablemente la "precuela" del archifamoso Dream Team- fue un partido para eso, para grabarlo en vídeo y disfrutar de lo lindo con el "gorro" que le puso Fernandito Romay al mismísimo "Air Jordan". Pero el verdadero partido, el partido-partido, fue el que jugamos contra Yugoslavia en semifinales.
Todavía recuerdo al fallecido Héctor Quiroga -la auténtiva voz, durante muchísimos años, del baloncesto en Televisión Española- diciendo, más o menos, aquello de "y en estos momentos salta a la cancha Drazen Petrovic, hermano de Alexander y de quien dicen que tiene un gran futuro por delante". España se ganó su derecho a luchar por aquella "medalla de plata y oro" después de derrotar, en un partido emocionantísimo, al equipo de baloncesto europeo por antonomasia, el que formaban los Petrovic, Dalipagic o aquel Knego inacabable que terminó jugando en la Liga de nuestro país. Aquel 74-61 sí que nos puso las pilas a millones de madrugadores españoles... ¿O quizás "empalmé", como dicen ahora los chavales?... No lo recuerdo, pero sí conservo en la memoria -y en Beta, por si ésta fallara- la medalla de plata y oro, la primera y última medalla de dos metales a lo largo de toda la historia de los Juegos Olímpicos.
