Dice con fina inteligencia Yago Lamela que ahora mismo él está como Dante, descendiendo a los infiernos. Escribo este artículo cuatro horas antes de que nos sirvan en Atenas otro de los platos fuertes de los Juegos Olímpicos, la gran final de 1.500. No nos hemos recuperado aún de la épica carrera de galgos en la que se impuso el estadounidense Justin Gatlin, curiosamente apodado "chacal", cuando ahora se nos viene encima el trueno del medio fondo.
Gatlin está en el cielo del atletismo, viéndonos a todos desde arriba e instalado en una nube, y mientras Lamela desciende a los infiernos nos damos de bruces con el extraordinario fondista (puede que el mejor de todos los tiempos) Hicham El Guerruj. Cualquiera diría que el marroquí debería encontrarse cómodamente instalado en el Olimpo que edificaron los Coe, Morceli o Elliott, y sin embargo no es así. Tras ganarlo absolutamente todo, El Guerruj se encuentra ahora mismo ante una gran disyuntiva, tratando de encontrar la llave que lleva su nombre y con la que podría lograr salir del Purgatorio tras resistírsele la medalla de oro tanto en Atlanta-1996 como en Sydney-2000. Al campeón del mundo sólo le ata al Purgatorio de los 1.500 su propia angustia personal, aquella que le jugara una mala pasada en la final de hace cuatro años. Únicamente otra equivocación o un carrerón de Bernard Lagat (ambas cosas son perfectamente posibles, aunque yo me inclino por la segunda) podría impedir que, como nuestro Yago, descendiera a los infiernos después de haber sido campeón mundial "sólo" en seis ocasiones diferentes.
