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Juan Carlos Girauta

Arde Sestao

Pero, ¿cuáles son las razones de Rodríguez? ¿En qué cree el presidente? Le han vendido unas motos del siete los nacionalistas, y él dale que te pego: "Sí, sí, sí, que sí, que sí, lo que yo te diga".

Sestao se ha incendiado, en gran medida, porque Rodríguez despertó expectativas por las buenas, sin contar con la SEPI y sin tener la menor idea de cómo iba a evitar la frustración de los trabajadores. Su grave imprudencia, difícilmente justificable en el plano político, es intolerable en el plano humano.
 
El  presidente sufre un curioso trastorno que se resume en la imposibilidad de pronunciar la palabra "no" cuando alguien le mira a los ojos y le pide algo, lo que sea, una mediación, unas subvenciones, unas exhumaciones selectivas, una reforma constitucional, una quiebra de la nación; cosas así.
 
Decir siempre que sí, "sí a todo", como los anuncios de las saunas, lo hace a uno muy agradable. Pero como quiera que Rodríguez es la cabeza del ejecutivo, los compromisos a los que llega a causa de su simpática patología acaban obligando a la Administración hoy y a la mayoría parlamentaria mañana, a pronunciarse. Y entonces es el rechinar de dientes, el digo Diego y el me lo dijo Pérez, que estuvo en Moncloa.
 
Los que siguen a pies juntillas, como él, los consejos de Dale Carnegie sobre el uso de la sonrisa, esa arma poderosa generadora de endorfinas, acaban provocando grandes estropicios cuando en vez de ser auxiliares de vuelo tienen asuntos de estado en sus manos, especialmente si no han perfeccionado su autoayuda a través de la asertividad, hallazgo de los psicólogos que consiste en la habilidad para hacer valer los propios derechos y razones sin dejar de escuchar a los demás y sin menoscabar su dignidad.
 
Pero, ¿cuáles son las razones de Rodríguez? ¿En qué cree el presidente? Le han vendido unas motos del siete los nacionalistas, y él dale que te pego: "Sí, sí, sí, que sí, que sí, lo que yo te diga". ¿El nuevo estatuto catalán? El que apruebe el Parlament. ¿Selecciones deportivas? Claro, claro. Al principio todos lo consideraban fantástico. Todos. Porque tal como dice lo anterior, luego le llama Ibarra con lo contrario y también dice que sí.
 
Parece una broma, pero no lo es. Que le pregunten a los trabajadores de La Naval la gracia que les hace. Bueno, ahora al menos los sindicatos y el gobierno vasco han empezado a tomarle la medida, a conocer el valor de sus palabras, de sus compromisos, de sus síes, de susyesesy de susouies. Hasta a esos hombres tan duros habían caído en el error. Es lógico, ellos creían que quien les daba garantías era el presidente del gobierno, no un maniquí.

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