A éstos son a los que José Luis Rodríguez y Moratinos quieren ayudar, a los carceleros de 11.000.000 de cubanos —gran parte de ellos descendientes de españoles— a los que humillan e impiden la entrada en su cortijo a un diputado español, a los que sirviéndose del más miserable de los chantajes tratan de dividir a sus víctimas y negociar con su sufrimiento una ayuda económica que inmediatamente utilizarían para incrementar la represión.
Con éstos son con los que quiere hablar el Gobierno español. No con sus rehenes. A los activistas de los derechos humanos ya les advirtió el embajador del amigo de Arafat que sobraban en la Embajada de Madrid en La Habana. Que mejor que no volvieran si con su presencia impedían la de sus verdugos. Para ellos trabajan. Cuesta creerlo, pero por increíble que parezca es lo que pueden esperar los cubanos descendientes de españoles del Gobierno que salió del 11-M. Quien más tendría que ayudarlos es quien más desprecia su sufrimiento. Quien más los humilla. Quien más interés muestra en amigar con sus verdugos.
A ver qué nos cuenta ahora la embajadora de Castro en Madrid. Porque cabe esperar que alguien le pida explicaciones después de que el Gobierno que ella representa no permitiera la entrada en la Isla de las doscientas cárceles y de los cien mil presos a un diputado de un partido al que votan casi 10.000.000 de españoles.
En España jamás se ha impedido que un verdugo castrista se pasee tranquilamente por nuestras ciudades. A los que tratan de huir de ellos, o se les devuelve junto a sus carceleros o se les condena a la marginación. No hace mucho el alcalde de Oviedo nombró al siniestro Gallego Fernández hijo adoptivo de la capital del Principado de Asturias. A Gabino de Lorenzo parece no molestarle que su “ahijado” —veterano vicepresidente del Gobierno de la tiranía— haya destrozado la vida de cientos de miles de asturianos. Hoy se le tendría que caer la cara de la vergüenza.