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Juan Carlos Girauta

El cuento de nunca acabar

el nazismo y el comunismo le añadieron al mito del conspirador judío el matiz de la oligarquía financiera. Como hoy en Rusia. Como hoy en no pocos medios europeos

Tenía que ser Rusia, con todos sus pogromos a cuestas. Generales y académicos, diputados y ajedrecistas, escritores y pintores, miles de firmantes vuelven a entonar la cantinela de la conspiración judía. El caldo de cultivo es la prensa rusa, que viene señalando a una “oligarquía judía” causante de todos los males. Lo de siempre. No extraña cuando en periódicos respetables de por aquí se subraya sin venir a cuento la condición de judío del que no gusta mientras los humoristas gráficos imitan de forma inconsciente las viñetas antisemitas de la Alemania del primer tercio de siglo XX.
 
Reaparece el mito de la conspiración judía en el país donde la represión antisemita de finales del XIX desencadenó tantas tragedias, donde surgieron Los Protocolos de los sabios de Sión, la falsificación del servicio secreto zarista que dio la última vuelta de tuerca a la vesania de Hitler y que explotaron como nadie Alfred Rosenberg y Josef Goebbels. Tras llegar Hitler al poder, los Protocolos se convirtieron en texto escolar obligatorio. Hoy se calca sin vértigo ni complejos la misma acusación que incendió el mundo y que condujo al exterminio de seis millones de seres humanos porque había que borrar un pueblo entero de la faz de la tierra.
 
Siempre se entronca con el atavismo para inventar una oligarquía conspiradora, un grupo conjurado, escondido y oscuro, culpable de la escasez, de las enfermedades, de las frustraciones, del hambre, de las guerras y de las derrotas. Norman Cohn publicó en 1969 una obra ineludible: El mito de la conspiración judía mundial. Sostiene que, desde la Revolución Francesa, cada derrumbamiento de un orden social lleva aparejada una explicación conspirativa.
 
Como en la Rusia de hoy, Hitler culpó a “los financieros judíos internacionales” de querer provocar una guerra mundial (Discurso del Reichstag, 30 de enero de 1939). Como en la Rusia de hoy, la otra forma de totalitarismo que conoció el siglo XX se apoyó en similar paranoia: la teoría del imperialismo de Lenin bebe casi exclusivamente de la obra de Hobson Estudio del imperialismo; la idea central de aquel corresponsal del Manchester Guardian es que detrás de la guerra está el capital financiero internacional controlado por los judíos.
 
A estas alturas cualquier hombre culto debería saber que cuando la judeofobia prende sólo cabe esperar la catástrofe. Y que desde los libelos de sangre medievales, las imágenes de reuniones secretas de judíos poderosos que conspiran contra el bien común periódicamente turban el imaginario colectivo. Y que el nazismo y el comunismo le añadieron al mito del conspirador judío el matiz de la oligarquía financiera. Como hoy en Rusia. Como hoy en no pocos medios europeos.

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