Me llaman la atención dos noticias consecutivas publicadas en Libertad Digital que van en direcciones opuestas pero reflejan una foto estática del revuelto mercado del software. A un lado del ring el aspirante al título, Richard Stallman, profeta del código abierto, evangelista defensor de una manera alternativa de creación intelectual, precursor de la revolución del copyleft en curso, atacando las patentes de software. Del otro lado del ring, Steve Ballmer, jefe máximo de Microsoft, representante de la ortodoxia en la creación de software, cabeza de una de las mayores empresas por capitalización jamás creada, monopolio inatacable del software mundial, diciendo que el software libre no crea empleos.
Resultaría bastante gracioso si no fuera porque el auge del software libre ha llegado a tales extremos en unos pocos años que desde el otro bando se impulsan iniciativas legales como las patentes de software que van encaminadas a frenar su crecimiento. A estas alturas, la pregunta que se tiene que plantear Ballmer no es si el software libre crea o no empleo (que lo crea, y mucho), sino cuántos empleos puede empezar a perder el software propietario como no empiece a adoptar las maneras del libre en muchos aspectos.
Los proyectos de software libre van mucho más allá del célebre Linux. Hay cientos de aplicaciones que corren en Windows, miles de scripts de aplicaciones web que se utilizan en cientos de miles de páginas, miles de empresas que se lucran de dar soporte, alojamiento o desarrollo adicional sobre esos programas. Mientras el uso de Explorer cae ocho puntos en unos meses el del libre Firefox se dispara en el mismo tiempo. El servidor web Apache sigue barriendo a sus competidores y crece cada día más. Y miles de programadores en todo el mundo hacen oídos sordos a la apuesta segura que era y es Microsoft y se lanzan en tromba a una nueva forma de crear, innovar y ganar dinero sin necesidad de vender licencias. El mundo de las licencias puede seguir el mismo destino que está siguiendo el Compact Disc. Es anacrónico, está anticuado, y no se adecúa a las necesidades empresariales de la misma forma que lo hacía hace diez años. Hacen falta nuevos esquemas.
Por todo eso, el software libre es una amenaza. Por eso es tan malo, sus seguidores son comunistas, son un freno a la innovación, su software es por naturaleza inseguro, son incapaces de ofrecer las mismas garantías que el software propietario, no crean empleo y los programadores de software libre tienen cuernos y tridente. Es lógico. No siguen la ortodoxia. Pandilla de locos…
Lo llamativo del fenómeno es el fervor casi religioso de muchos seguidores del software libre, y el choque ideológico que se está produciendo a la estela del inevitable choque empresarial entre empresas gigantescas y pequeños advenedizos con muchos recursos, inventiva, creatividad y capacidad de subirse a hombros de gigantes en un sector que iba camino de su estabilización y se ha encontrado en el software libre con la horma de su zapato.