No nos excitemos. No nos sorprendamos. Da exactamente igual lo que pase en Cuba. Para nuestros socialistas siempre habrá un dato esperanzador, una razón para mantener congeladas las sanciones diplomáticas, un argumento para no agobiar a la Revolución y a su prócer máximo. En cualquier circunstancia siempre nos explicarán que con Aznar fue peor. No es cuestión de racionalidad o de sentido común, sino de sentimientos. Crecieron admirando al Che y a Fidel, en su corazón anida el revolucionario comunista que no pudo ser y Cuba, al fin y al cabo, es la última retaguardia de un sueño.
¿Quiénes son los demócratas cubanos, que se juegan la vida enfrentándose a una dictadura atroz, que se exponen a largas condenas de cárcel encerrados en condiciones inhumanas, para decir cómo hay que dirigir la transición a la democracia? Evidentemente nadie.
¿Quiénes son esos europeos, legisladores, ex legisladores, defensores de los derechos humanos, para presentarse en Cuba, hablar con los dirigentes de la oposición y expresarles la solidaridad de millones de europeos con su justa causa? Evidentemente nadie.
¿Por qué iba a influir el maltrato que nuestros parlamentarios han recibido, y que van a seguir recibiendo, en la definición de la política europea? ¿Por qué iba el presidente Borrell a ponerse al frente del Parlamento Europeo y exigir el trato digno y decoroso que nuestros representantes supuestamente merecen? Porque no.
Nuestros reputados izquierdistas saben mejor que nadie cómo conducir los acontecimientos hacia una evolución política que concluirá con Fidel muriendo en su cama y sin crear más problemas de los necesarios a los restantes dirigentes. Nadie, ni los demócratas cubanos, ni los europeos solidarios con su causa, ni mucho menos los miles de gusanos expatriados en Estados Unidos tienen derecho a alterar su sueño. Mientras el mundo comprende, poco a poco, la necesidad de que la democracia avance y con ella el bienestar y la seguridad, nosotros tratamos de encontrar nuestro nicho diplomático en la defensa de las dictaduras “progresistas” y los nuevos populismos. Ensoñaciones tan gratas para algunos como dramáticas para miles de personas inocentes.

