Se entiende que casi ningún historiador español se atreva a debatir con mi admirado Pío Moa. A nadie se le puede pedir en lo personal –aunque sí se le puede exigir a quien aspire a la condición de intelectual– que se exponga a ver sus tesis desmontadas en público, que enfrente sus teorías a una poderosa construcción argumental y a un arsenal probatorio. Lo que ni se puede entender ni se puede admitir, lo que retrata al gremio, es que los renuentes historiadores se despachen sistemáticamente con insultos y argumentos ad hominem contra un autor mucho más influyente que ellos mientras prudente o cobardemente lo evitan. Cuando uno está en desacuerdo con ideas u obras propias de su especialidad, lo suyo es aprovechar la ocasión de discutirlas. No hacerlo, y recurrir al insulto, los retrata intelectual y moralmente. Luego está la violencia.
Esperamos que el Rector Peces condene los intentos de agresión a Moa, los ataques a la libertad de expresión de los energúmenos que han ido a reventar su conferencia en la Universidad tras varios días de invitaciones nada sutiles a la violencia. Por lo pronto, el enfado de Peces se dirige contra la asociación de estudiantes que ha invitado al historiador sin pedir permiso. ¿Quiere Peces volver a la autoritaria universidad previa a la democracia? Si es así, sólo conseguirá lo que se consiguió entonces, que el interés estudiantil se centre en actos clandestinos y que su universidad, fuera de las clases, tenga dos vidas independientes, una de ellas ficticia.