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Alberto Míguez

Un doméstico para Chirac

un tipo que no se atrevió jamás a presentarse a unas elecciones, que nunca ha sido elegido ni siquiera concejal y cuya carrera ha oscilado entre gabinetes ministeriales, recepciones y palabras amables

El presidente francés, Jacques Chirac, ha resuelto la gravísima crisis que atraviesa su país y su liderazgo tras el referéndum europeo recurriendo al más fiel, obediente y disiciplinado de sus colaboradores, Dominique de Villepin, un alto funcionario que fue ministro de Exteriores y que ahora ejercía la cartera de Interior. Chirac ha escogido un doméstico, no un político, como había hecho con el recién salido Jean-Pierre Raffarin, que se limitó a seguir a pie juntillas las órdenes del presidente con los resultados de todos conocidos: un desastre sin paliativos.
 
Villepin logró cierta notoriedad internacional cuando en la tribuna del Consejo de Seguridad atacó a Estados Unidos y a los países que propugnaban una solución militar para acabar con la dictadura de Sadam Husein en Irak. Después, volvió a la corte del Elíseo para seguir sirviendo a su patrón con fidelidad perruna, ninguna imaginación y permanente adulación al “rey” Chirac. Entre reverencia y cucamona publicó varios libros, casi tan aburridos como su personaje, un tipo que no se atrevió jamás a presentarse a unas elecciones, que nunca ha sido elegido ni siquiera concejal y cuya carrera ha oscilado entre gabinetes ministeriales, recepciones y palabras amables.
 
Con la inestimable ayuda de este cortesano, Chirac pretende ahora lanzar una nueva política económica, social y exterior tras haber asegurado con empaque que había recibido el mensaje que le mandó el pueblo francés. Éste, por supuesto, votó contra una cierta idea de Europa (Europa sin los ciudadanos), pero también, y sobre todo, contra su pésima gestión y su incorregible tendencia al embuste.
 
Por supuesto que el más ambicioso, activo y brillante de los candidatos al puesto de primer ministro y, sobre todo, a la presidencia en las elecciones de 2007, Nicolás Sarkozy, está que echa humo porque ha sido preterido a un obediente funcionario tan cortés como insignificante. Sarkozy no gana para disgustos: hace unos días su esposa, la española Cecilia, lo abandonó por un brillante publicitario, y ahora Chirac le da esta bofetada. Hay siglos en que uno no está para nada, debe pensar ahora.
 
Chirac ofreciendo a los franceses más de lo mismo ha vuelto a desaprovechar una magnífica oportunidad de sobrevivir hasta dentro de dos años en el Elíseo. Pero el remedio, es peor que la enfermedad.
 

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