Muchos españoles han sentido asco al escuchar las palabras del secuestrador cómplice de asesinos y delincuente bajo fianza Arnaldo Otegi exigiéndole al Presidente del Gobierno de España que optase entre los herederos de quienes habían fusilado a su abuelo o quienes apostaban por un diálogo para alcanzar la paz en el País vasco.
Ante estas repulsivas manifestaciones de quien ha contemplado con alegría el asesinato de cientos de españoles, muchos de ellos militantes socialistas, el Señor Zapatero anclado en el anacronismo del enfrentamiento de las dos Españas ha permanecido en un inquietante y horrible silencio. Un silencio que se puede entender como un asentimiento a los desvaríos de quien hace del ajusticiamiento y el tiro en la nuca su forma de expresión; un silencio que le permite seguir ahondando en esa brecha que la generosidad de la transición había cerrado; un silencio infame que pretende ocultar la gravedad del hecho de ver a un terrorista en libertad bajo fianza; un silencio mediante el cual evita negar a quien insulta a la inteligencia de los españoles su potestad para hablar en público.
Si ridículas suelen ser las palabras del Señor Zapatero, por amaneradas y cursis; sus silencios se convierten en armas contra el diálogo, el respeto y la unión de los demócratas. No existe en el Partido Popular ni un solo dirigente que se sienta heredero de nada que no sea un espíritu democrático basado en una lealtad inquebrantable a la Constitución de todos los españoles. Pero las alimañas pretenden alimentarse de la carroña que algunos miembros socialistas se encargan de esparcir reivindicando la guerra civil y buscando fracturar la unidad de los españoles como paso previo a disolver la unidad de España.