Hace unos años, había una lucha intensa entre los buscadores. Yo, y la mayoría de los usuarios de Internet de entonces, usábamos varios para encontrar lo que buscábamos. Yahoo, Altavista, Lycos o, incluso, Olé, eran herramientas habituales por aquel entonces. Entonces llegó Google. Aún recuerdo el asombro que sentí cuando un amigo me lo mostró por primera vez. Aquello era otra cosa. La diferencia de calidad era tan abrumadora que todo aquel que lo probaba dejaba de utilizar inmediatamente todos los demás buscadores. Actualmente, más del 90% de las búsquedas que se hacen en España se realizan con Google.
Sin embargo, cada vez es más evidente que las causas para ese poderío se centran más en la costumbre que en otras razones. Los competidores están apostando fuerte y han mejorado notablemente sus tecnologías de búsqueda. La magnitud de la pelea entre Yahoo y Google sobre quien tiene la base de datos de páginas web más grande pone sobre el tapete la cercanía entre la calidad de los resultados ofrecidos por ambas compañías. Hay que recordar que, en agostos pasados, esa discusión también tenía lugar entre Google y AllTheWeb, buscador que ahora es propiedad de Yahoo, pero a nadie le importaba demasiado. Ahora, sin embargo, disponer de un índice más grande puede ser una diferencia significativa –aunque sólo fuera publicitariamente– dada la buena respuesta que ofrecen ambos buscadores, a los que habría que añadir los buenos resultados de Ask Jeeves y MSN, que no obstante sí que tienen un índice más pequeño.
Lo cierto es que, en vista de su fracaso, la competencia ha procurado copiar a Google todo lo legalmente copiable e intentar mejorar los puntos más débiles del líder. Todos los buscadores muestran ahora esa interfaz limpia y sin adornos, y las páginas de resultados son casi una fotocopia. Un buen ejemplo de las mejoras realizadas por la competencia son las búsquedas de imágenes, que en casi todos los casos mejoran las de Google. Es razonable, por tanto, que en Estados Unidos el mercado esté bastante repartido. Sin embargo, en España seguimos atados a él, por costumbre y, por qué no decirlo, quizá por cariño a una herramienta que nos ha sido tan útil.
