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EDITORIAL

Alianza de Civilizaciones y otras caricaturas

Es una realidad que las sociedades islámicas ven por lo general con lejanía, cuando no con desprecio, derechos como el de la libre expresión que, de hecho, están siendo violados en la práctica totalidad de ellas.

El enorme revuelo iniciado por la reacción de numerosos islamistas frente a Europa y Estados Unidos a cuenta de la publicación de unas caricaturas de Mahoma debe llamarnos a la reflexión. Las múltiples reacciones de los islamistas están creando problemas diplomáticos de cierta importancia en gran número de países. ¿A qué espectáculo estamos asistiendo? Además de todas las consideraciones que se puedan hacer, a lo que nos enfrentamos es nada menos que a una manifestación de un conflicto de valores básicos de la convivencia ciudadana. Valores como la libertad de expresión o el respeto a las ideas ajenas con los que la civilización occidental ha tropezado, o ha descubierto con el paso de las edades y que tienen la virtud de ser profundamente humanos y permitir una convivencia pacífica.  

Es una realidad que las sociedades islámicas ven por lo general con lejanía, cuando no con desprecio, derechos como el de la libre expresión que, de hecho, están siendo violados en la práctica totalidad de ellas. El problema es que esa lejanía, ese desprecio, están viviendo con nosotros, formando parte de nuestra sociedad. No debemos olvidarlo cuando tenemos viva en la memoria las imágenes de miles de coches ardiendo en los barrios de Francia y luego de varias ciudades europeas. Unas revueltas que no se entenderían sin el fracaso social causado por el Estado de Bienestar, pero que tampoco se entenderían si se dejara a un lado que los protagonistas de los altercados eran mayoritariamente musulmanes.

Se puede plantear la paradoja de que unas caricaturas de Mahoma resulten ofensivas para millones de islamistas, pero las imágenes reales de fanáticos con bombas rodeándoles el cuerpo, dispuestos a hacerlas estallar con el objetivo de matar al mayor número personas, todo ello en nombre de Alá, que nos resultan tan familiares, no lo son. 

Resulta chocante que haya quien descubra, a estas alturas, lo importante que es mostrar respeto por los sentimientos religiosos. Chocante, porque los ofenden casi a diario sin que nadie recuerde la conveniencia de ser respetuoso con el sentir ajeno, cuando pertenece al de millones de cristianos. El asunto de las caricaturas del Profeta islámico ha hecho recordar a muchos que burlarse de los sentimientos religiosos es condenable. Ese doble rasero da cuenta de un rasgo enfermo de nuestra sociedad, y es que una parte no despreciable de ella ha adoptado una actitud displicente respecto de uno de los valores de Occidente. Es una dimisión ética que solo debilita nuestras sociedades. La actitud que debiéramos plantearnos es más bien la contraria, mostrar el orgullo y el valor de pertenecer a una cultura que es capaz de albergar en paz a millones de personas con intereses, ideas y sentimientos muy variopintos.

Justo lo contrario de lo que hace el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, que propone una Alianza de Civilizaciones, expresión cursi como solo las puede crear el inquilino de La Moncloa y que resume esa actitud desabrida, descreída sobre la civilización occidental y que la iguala con las que resultan más intolerantes. Estos días estamos comprobando, una vez más, hasta qué punto intolerantes. No será la última.

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