La violencia desatada recientemente en Irak, producto del atentado contra el mausoleo/mezquita de Samarra ha agudizado la visión pesimista sobre el futuro de Irak que, según se recoge en la prensa, se debate entre la abierta guerra civil del país y la retirada urgente de las tropas americanas allí desplegadas. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. La violencia espontánea, es verdad, se ha desatado tras la voladura del símbolo religioso chíi más importante en suelo iraquí, pero no es menos cierto que las autoridades espirituales –y no sólo chiíes sino también sunníes–, no sólo han llamado con prontitud a la calma sino que han logrado en gran medida atemperar los incendiados ánimos y hoy, la violencia parece estar remitiendo. Irak no ha descendido más en la guerra de lo que ya estaba, ni tampoco reina el caos en su suelo.
Con todo, esta explosión de malestar popular ha servido para animar las voces de quienes abogan por una pronta retirada de la zona. En eso, el debate sobre América en Irak –no confundir con el debate sobre el futuro de Irak– cada día se parece más al debate que aconteció en los primeros 70 sobre América en Vietnam. Una retirada anticipada de Irak supondría un revés tan importante como el que en su día supuso para Norteamérica salir huyendo de Vietnam. Aún peor, los islamistas radicales con los terroristas de Al Qaeda a la cabeza se sentirían vencedores y dispuestos a continuar sus ataques en suelo occidental.
Pero una victoria en Irak también asusta a muchos americanos. Significaría que la política de intervención activa y expansión de la democracia impulsada por Bush y que ha sido calificada de neoconservadora, puede tener éxito y dar sus frutos. ¿Y si lo hace en Irak, por qué no en Siria, Irán o China? De ahí que se esté dando una extraña coalición táctica en los Estados Unidos entre radicales de izquierda –aquellos que gritaban contra la guerra- y realistas y neorrealistas que dicen que Estados Unidos no debe cargar con la responsabilidad de ordenar el mundo, que eso es cosa de la comunidad internacional.
La victoria tiene un precio, pero es posible. Pero sólo es posible si se está dispuesto a pagar el precio que cuesta. Hay mucha gente en Europa y en España que estaría encantada de que los americanos dijesen basta, de una u otra manera. Que se salieran corriendo y humillados de Irak o que castigaran a los republicanos en las elecciones de noviembre, o que votasen por Hillary Clinton si es verdad que termina siendo la candidata demócrata a la presidencia en el 2008. Pero quienes así piensan no son conscientes de la distancia que se ha abierto entre las dos orillas del Atlántico. Puede que los norteamericanos hayan perdido en buena parte la ilusión de asentar una democracia en el corazón del mundo árabe, pero todavía les queda otra idea en la cabeza y en el corazón: huir de la victoria en Irak sólo puede traerles peores alternativas que aceptar la derrota. Porque no han perdido, porque pueden vencer y porque nada hay mejor que lograrlo.
