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Franklin López Buenaño

Democracia al borde del colapso

Los dirigentes y las élites políticas tienen un horizonte a corto plazo; sus expectativas de prolongarse en el poder no son esperanzadoras. Por consiguiente, el gobierno se convierte en un botín por el cual se pelean los grupos de poder.

Pocos dudan que el Ecuador está al borde del abismo, a pesar de las "buenas noticias" macroeconómicas. Se percibe al Congreso como una institución en franca decadencia, con muy poca credibilidad, incluso con poca representatividad ciudadana. Se afirma que las recientes paralizaciones tanto a nivel sectorial como las organizadas por los indígenas pretenden aprovecharse de la debilidad del gobierno para desestabilizarlo. Y así podríamos mencionar otros serios problemas que enfrenta el Estado ecuatoriano. Esto nos lleva a preguntar si la democracia tiene esperanzas de prolongarse por varios años más. Una revisión de la literatura de la Nueva Economía Institucional (NEI) nos puede dar una pauta para hacer algún presagio, quizás no muy halagüeño para el futuro de la democracia ecuatoriana.

Según la NEI, la duración del régimen, sea una autocracia o una democracia, es una variable crucial para la prosperidad económica. Un autócrata que posea poder monopólico (pocos potenciales usurpadores), tenga una expectativa de permanencia a largo plazo y pocos temores a ser reemplazado, se autolimita en su poder de confiscación y de violación a los derechos a la propiedad de sus súbditos. Tiene incentivos poderosos para que prospere la mayoría de la población, pues a la larga extrae más impuestos. Es más, tiene incentivos para administrar justicia y proteger a la población de invasiones extranjeras (bienes públicos) o dar educación y salud con el objeto de que crezca la economía, algo similar a como operan las mafias que a cambio de protección cobran tributos a sus protegidos y no pueden excederse sin peligro de matar a la gallina de los huevos de oro.

El autócrata, por el contrario, cuando se ve amenazado por competidores, golpes de estado, sublevaciones populares, acorta su horizonte de duración y no tiene incentivos para procurar la prosperidad general, por lo cual se comporta como un ladrón trashumante: roba y se va. Algo similar ocurre en democracias como la ecuatoriana. Los dirigentes y las élites políticas tienen un horizonte a corto plazo; sus expectativas de prolongarse en el poder no son esperanzadoras. Por consiguiente, el gobierno se convierte en un botín por el cual se pelean los grupos de poder y el Estado se debilita al punto que muchos políticos simplemente están esperando su turno para robar y marcharse.

Según la evidencia empírica, una democracia tiende a perdurar si cumple las siguientes condiciones: (1) Un ingreso per cápita de más de 3.000 dólares anuales, (2) bajo grado de desigualdad económica y social, (3) leves tensiones étnicas o raciales, (3) buena calidad de la burocracia, (4) cultura de obediencia a las leyes, (5) legitimación política y (6) proclividad al diálogo en lugar a la violencia para resolver conflictos. Si en realidad estas son condiciones necesarias para una larga duración de un sistema democrático, tenemos muy pocas esperanzas para ser optimistas.

La investigación realizada por estudiosos de la NEI también concluye que una democracia débil normalmente es reemplazada por una autocracia (individual o institucional). Los autócratas no están limitados por la constitución, ni por las leyes ni por el electorado. Por lo que la autocracia que vendría bien podría caracterizarse por tener un horizonte de corta duración (tipo Fujimori en Perú) y, en ese caso, caeremos en una situación peor que el sistema actual.

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