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Juan Carlos Girauta

Lee, asno

Las obras más vendidas tienen en común el onanismo. Hay una cosa de ficción originalísima sobre la construcción de una catedral en Barcelona. Ahora falta una sobre una escuela de niños hechiceros en Olot y otra sobre un caníbal muy culto de Reus.

Barcelona, día de Sant Jordi de 2006. Suelo preguntarme, con motivo de esta entrañable fiesta -con suerte familiar y soleada- dónde estuvo el problema. Dice Juaristi que sus padres les mintieron. Pues a nosotros nos mintió hasta la quiosquera. Tantas colas, de nuevo, en busca de la firma de nadie: una modelo solidaria, un presentador gracioso, un ídolo separatista del balompié, una republicana furiosa incapaz de dirigir su propia biblioteca. Lectores repentinos para autores que no lo son menos. Aéreos, prescindibles, enriquecen el colorido de esa cola de pavo real en que se ha convertido la Cataluña visible. De tan manejable tamaño que a cada autor le corresponde un lector. Y a veces es él mismo.

Presentan novedades cardiólogos, rabizas, cantantes, consellers, terroristas, directivos del Barça. Un pueblo de intelectuales se arrebata volúmenes históricos de ofensa y novelas históricas algo menos falsas. Se pelean por pagar su libro con la urgencia del que ha nacido bajo unas gafas de lectura. Las obras más vendidas tienen en común el onanismo: que si diez catalanes ilustres, que si Cristóbal Colón era catalán. Hay una cosa de ficción originalísima sobre la construcción de una catedral en Barcelona. Ahora falta una sobre una escuela de niños hechiceros en Olot y otra sobre un caníbal muy culto de Reus.

Se puede cosechar un gran éxito editorial sin redactar más que un título reiterativo (Més barbaritats de la COPE) y un reclamo (Més mentides, més insults, etc.) He reconocido un insulto mío, que contiene también una mentira: dije en La Linterna que Zapatero no tenía muchas luces, cuando todo el mundo sabe que el presidente es superdotado. Mea culpa. Y de otro el lucro: está haciendo un negocio redondo ese tipo que se ofreció hace algunos años a publicarme unos relatos traducidos al catalán. Daríase a entender, claro, que así habían sido redactados. Su padre lo superó luego con lo del libro sobre Dalí, que ya lo contaré otro día. O caixa o faixa, ¿verdad?

Lo demás, naderías: unos peperos de Lérida que se querían hacer pasar por catalanes de verdad y les han dado su merecido; un anuncio de la Diputación de Barcelona que fomenta la lectura mostrando a unos sujetos subidos a pilones de libros (los libros les hacen crecer). Aquí topamos con un afortunado malentendido, pues el creativo cree que en realidad los libros sirven para calzar mesas. No importa: él relaciona cosas, por eso se dedica a esa profesión tan bonita, aunque también podía haber sido ministro de Industria. Ah, sí, Sant Jordi. ¿Dónde estuvo el problema?

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