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José Vilas Nogueira

De ginócratas, baronesas y otras evas

Don Alberto, en cambio, no puede quejarse. Con Evita Thyssen, por un lado, y Esperanza Aguirre, por otro, esta Manuela Malasaña sin francés que la haya agostado, tiene la movida asegurada.

Un poco cocinilla nos ha salido el jose. Guisa Zapatero su torpe blablá entre ginócratas de trapo y cuota. Les quitas un trapito y queda otro, y otro, y otro. Cuando los has quitado todos la cuota resplandece en su quintaesencia, limpia como una patena. En cambio, Ruiz-Gallardón ha de habérselas con señoras de más cuerpo y autónoma resolución. Doña Tita Cervera le ha acometido blandiendo árboles centenarios, cual si de mondadientes se tratara. "Baronesa, alcaldesa", gritaban entusiasmados algunos de sus fieles, mientras un aire porteño sobrevolaba Recoletos y se colaba por las ventanas herméticas de los museos. Y es que la vida es un tango y un algo de tango y de Evita tiene esta mujer, subida a unos zapatos chanel para mejor alcanzar las piernas de su pantalón pirata, mientras la bernarda alba de todas las izquierdas pretendía poner puertas al campo de los madriles. ¡Se creará esta pelandusca que va a eludir la rigurosa aduana de la vieja matriarca castellana!

Eva Duarte nos trajo el pan de la postguerra, a la sombra de un coronel de gabinete y cafetín. Son historias de la memoria proscripta. Con el progreso, dicen algunos sabios extranjeros, hemos ingresado en la era de los valores postmaterialistas. Eso se creerán ellos, porque nuestros sabios se han empantanado en 1936 y, de querencias obstinadas, no hay modo de arrancarlos de su ciénaga. Pero Carmen Cervera se casó con un ingeniero alemán y no se enteró. Nos trajo hermosos cuadros para ornato de los árboles de Recoletos, legado de su esposo, enriquecido fabricando confortables artilugios mecánicos. Mil bendiciones me ha merecido el competente señor von Thyssen-Bornemisza, no tanto por los cuadros, que los viejos somos muy materialistas, sino por sus escaleras mecánicas y plataformas rodantes. El recuerdo de su nombre grabado en el acero, al principio o al final del mecanizado trayecto, fuerza presta a mi débil brazo para armarse de robusto árbol, pues de bien nacido es acudir en socorro de tan noble campeona, cuyos gananciales artilugios tanto ha contribuido a aliviar la fatiga de mis menesterosas piernas.

Por otra parte, se me ocurre que si fina doctrina es la de la alianza de civilizaciones, mejor comenzar por aquellas que históricamente nos son más próximas. No debemos, pues, echar en saco roto el modelo de Evita, bien que aquí no tengamos nación que pueda llorar la desaparición de su eventual trasunto. Así lo comprendió en su momento Simancas, pero más bruto que Zapatero, el pobre sólo tenía una PlayStation averiada y no sabía jugar con muñecas de trapo, con lo que la dama argentina le salió una bruja más malvada que la del cuento de Hansel y Grethel (infantes alemanes de no menos tierno corazón que un Thyssen adulto).

Aburrido está Zapatero tras la mueca de su sonrisa vacía. Las ginócratas de trapo hacen un buen servicio encima del televisor, más ahora que las muñecas de faralaes están mal vistas pero, tan ocupadas con el ropero y tan vigilantes con la cuota, su cháchara es poco estimulante. Pedro, el cantante, tampoco da para mucho. Entre dietas veganas, manzanas, reptiles, grandes y pequeños simios, al final se hace un lío el talante más pintado, y acabas confundiendo a Evo con Eva. Por su parte, Jesús, el de los cuernos, parece algo relegado por nuestro prócer. Además, con ese nombre tampoco sirve para encaramarlo al televisor, y guardarse ha el hombre, no lo vayan a desterrar a la realidad nacional andaluza. Queda Zerolo, que fue una gran promesa, pero anda ahora renuente y celoso con los transexuales, por miedo le broten bibianas en los geranios y se le coman sus partes. Don Alberto, en cambio, no puede quejarse. Con Evita Thyssen, por un lado, y Esperanza Aguirre, por otro, esta Manuela Malasaña sin francés que la haya agostado, tiene la movida asegurada. Nadie es perfecto, jose.

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