Menú
José Vilas Nogueira

Haciendo el ridículo

¿es cuestión fútil, propia de reparones o gentes excesivamente delicadas, que los jueces cumplan y hagan cumplir las leyes, con independencia de la conveniencia política del momento? Si lo fuese, implicaría la disolución de cualquier diferencia entre la l

Manifestación del sábado en Madrid. Titula El País, “cientos de miles de personas rechazan el diálogo con ETA”. Titula El Mundo, “una enorme multitud exige firmeza ante ETA y que se investigue el 11-M”. En los dos casos, se trata de los titulares más destacados de las primeras planas de los respectivos diarios. El mismo día, allá por el Norte, el Presidente del PNV, partido gobernante en el País Vasco, pide a los jueces que “no hagan el ridículo”. El motivo inmediato de esta piadosa petición es que el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, que todavía no ha sido engullido por los nacionalistas (ya se está encargando Zapatero de entregárselo), ha admitido a trámite una querella contra el Presidente de aquella Comunidad Autónoma bajo protectorado etarra, por reunirse con los dirigentes de Batasuna. Imaz, confiesa que él mismo lo ha hecho en más de diez ocasiones. Interesante cuestión, ¿quién se habrá reunido más veces con los terroristas, Ibarreche o Imaz? La cosa puede cobrar gran transcendencia práctica para ellos, si los batasunos logran implantar la República euskalduna y socialista a que aspiran. Las viejas amistades pueden ser de alguna utilidad ante la justicia nacionalsocialista.

Los jueces hacen el “ridículo” al ignorar que las reuniones con los terroristas son absolutamente necesarias y demuestran, con ello, que carecen de sentido común. En español, el adjetivo ridículo se asocia mayormente a rareza, extravagancia, futilidad o puntillosidad que mueven a risa. La manifestación del sábado, y otras que la precedieron, que expresan aspiraciones o sentimientos compartidos por millones de personas (los manifestantes y otros muchos que no se manifiestan) es cualquier cosa menos ridícula. Pero los jueces son pocos, y pudieran ser ridículos por puntillosos, por excesivamente delicados o reparones. Gentes más ponderadas como Zapatero, Maragall, Ibarreche, Imaz, sus socios y secuaces, antepondrían el deseo de acabar con el terrorismo a la justicia para los terroristas (que, además, tuvieron el acierto de no fusilar al abuelo de Zapatero, único crimen político imperdonable en el catecismo de este sicofanta).

Pero, ¿es cuestión fútil, propia de reparones o gentes excesivamente delicadas, que los jueces cumplan y hagan cumplir las leyes, con independencia de la conveniencia política del momento? Si lo fuese, implicaría la disolución de cualquier diferencia entre la liberal-democracia y los modernos totalitarismos, tanto el soviético como el nacionalsocialista. Cualesquiera que fuesen las justificaciones teóricas invocadas por uno y otro el resultado práctico fue idéntico: la dependencia de los jueces del poder político y la subordinación de sus pronunciamientos a los variables gustos y conveniencias del mismo. Consiguientemente, me apunto gustoso al bando de los ridículos.

Las palabras de Imaz son una muestra más de la utilización del lenguaje como ocultación. Aconsejaría a Rajoy que utilizase sus intervenciones parlamentarias para ilustrar a las señorías nacionalsocialistas, leyéndoles a Orwell. La política y la lengua inglesa, tiene la ventaja de su brevedad, aunque requiere un conocimiento de la cultura inglesa algo más allá del a beautiful day. Más accesible, aunque también más largo, es 1984. Pero si el increíble Presidente Marín pretende limitarle el tiempo, siempre podrá justificarse con la recuperación de la memoria histórica, pues el escritor luchó en la guerra de España con las Brigadas Internacionales y contra Franco. Por cierto, gracias a Dios que se salvó, por los pelos, de sus camaradas comunistas, que le quisieron dar el pasaporte y no precisamente para Gran Bretaña. Que si no, ni Orwell nos quedaría.

En España

    0
    comentarios