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EDITORIAL

Los posibles futuros de Cuba

El hecho impensable e imposible de una Cuba sin el tirano al frente es ahora una realidad, aunque sea temporal. Dentro y fuera de la isla se ha generado ilusión por el futuro y se ha empezado a pensar en Fidel Castro como el pasado.

Hay realidades incontestables, tangibles, que se pueden tocar. Una mesa de madera no es de metal aunque toda la humanidad se pusiera de acuerdo en creer que lo es. Otras, en cambio, funcionan por convención, por acuerdo y convencimiento de los hombres, gracias a la historia y a las instituciones sociales. Nuestras sociedades están edificadas sobre ellas. Una de esas realidades es el hecho de que Fidel Castro es el "máximo líder" de Cuba. El monstruo de Birán se aprovechó de la ola de simpatía que hacia él se despertó en su país en 1959 para perpetuar su poder por medio de un mecanismo de represión enormemente eficaz y un control absoluto sobre las actividades no ya políticas sino, sobre todo, económicas y privadas de los cubanos. Hace una semana nadie ponía en tela de juicio, ni dentro ni fuera de la isla, el hecho de que era el viejo dictador quien regía los destinos de Cuba.

El que ni Fidel ni Raúl Castro hayan dado señales de vida puede deberse a muchas razones pero tiene una consecuencia clara: han hecho nacer la duda. Probablemente el dictador haya sufrido una operación y posiblemente esté recuperándose. Pero nunca había cedido el poder antes; el hecho impensable e imposible de una Cuba sin el tirano al frente es ahora una realidad, aunque sea temporal. Dentro y fuera de la isla se ha generado ilusión por el futuro y se ha empezado a pensar en Fidel Castro como el pasado. Unos, quizá los más, han pensado en Cuba como un lugar donde cada cual pueda ser libre para elegir su vida y sus políticos. Otros, puede que menos pero mucho mejor situados, habrán visto una poltrona vacía donde sentarse.

El futuro de Cuba puede recorrer muchos caminos alternativos. Quizá el preferido por Raúl Castro sea el chino, que hasta cierto punto promovió antes de que el chavismo acudiera en auxilio económico del régimen. Un mantenimiento de la dictadura de partido único mientras se da rienda suelta a la empresarialidad de los cubanos, a la propiedad privada y, en definitiva, al capitalismo que algunos llamarían "salvaje", con permiso del ejército y el partido que se enriquecerían gracias a esa nueva prosperidad. Pero no es seguro que esa opción contara con el beneplácito del resto del mundo, especialmente Estados Unidos, además de que dicho sistema no permitiría perpetuar la dictadura indefinidamente, lo que seguramente sea la razón principal por la que Fidel jamás emprendió ese camino. Nunca quiso que le hicieran lo que él le hizo a Batista.

Se ha soñado también mucho con una transición como la española. No se vislumbra ningún Suárez en la isla, pero tampoco se veía en nuestro país. La mayor parte de la oposición, como demuestra el proyecto Varela, apoyaría esta solución. Sin embargo, Cuba carece de la prosperidad material y la amplia clase media con la que contaba España para apoyar un cambio suave y tranquilo, de la ley a la ley, que permitiera la llegada de la democracia sin crisis ni derramamiento de sangre.

Otra opción, quizá desgraciadamente la más probable, es una lucha intestina, posiblemente violenta, entre los distintos dirigentes del país. Hasta ahora leales a un líder indiscutible, no parece que nadie, tampoco Raúl, pueda ocupar ese lugar. Lucharían los jóvenes contra los veteranos de Sierra Maestra, los que aprecian el apoyo de Chávez y los que lo consideran un entrometido, los que quieren mantener el comunismo y los que apoyan el libre mercado. Y en un escenario así, es difícil prever qué vendrá después. Lo único claro es que hoy hay una esperanza que hace una semana era una mera quimera.

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