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EDITORIAL

El PP catalán en estado de sitio

Las agresiones de este martes son una prueba más de que la extrema izquierda, por violenta y antidemocrática que sea, puede moverse a su antojo y emplearse a fondo siempre y cuando lo haga contra el Partido Popular.

Matonismo, crispación, violencia e insultos. Esto fue lo que Ángel Acebes y Josep Piqué recogieron este martes en su visita a Martorell. Sólo querían hablar, expresar libremente sus ideas ante el público que, voluntariamente, había ido a escucharlas. Pero un nutrido grupo de vándalos les estaban esperando fuera para impedírselo o, como mínimo, para amargarles la noche. Como en otra época, como si los dos líderes del Partido Popular se hubiesen deslizado por el túnel del tiempo. Así está Cataluña después de tres años de gobierno tripartito ultranacionalista y 25 de catalanismo hegemónico en todas las parcelas de la sociedad.

Lo vimos durante la campaña previa al referéndum del Estatuto. En aquellas semanas, los militantes de Ciudadanos de Cataluña y los del Partido Popular sufrieron en sus propias carnes las agresiones verbales –y en algún caso físicas– de un nacionalismo tan pagado de sí mismo que se cree con patente de corso para imponer a placer su ley. Lo de siempre perpetrado por los de siempre.

Siendo preocupante que el único partido de oposición no pueda celebrar actos políticos en Cataluña, lo es mucho más que este tipo de actitudes se hayan normalizado hasta el extremo de que nadie, a excepción de los que las padecen, protesta por ellas. La triste consecuencia es que el Partido Popular, en Cataluña, está sumergiéndose en la clandestinidad a pesar de contar con 15 escaños en el Parlamento autonómico. Le están empujando a hacerlo, cierto, pero los complejos de algunos de sus dirigentes, la obsesión por no hablar demasiado alto, le condena a un ostracismo que, en cierto modo, se impone desde dentro.

Esto, obviamente, no es excusa para la continua inacción del Gobierno Zapatero. Hace unos meses nadie movió un dedo para librar a populares y Ciudadanos del acoso nacionalista. Se dejó hacer del mismo modo en que, durante la guerra de Irak, los que mandan en el PSOE permanecieron mudos cuando grupos de izquierdistas airados sitiaron y atacaron muchas sedes del Partido Popular por toda España. Todavía no lo han condenado, y eso que va para tres años que están al frente del Gobierno. No lo han hecho porque la violencia piquetera de estos grupúsculos de jóvenes antisistema es tremendamente eficaz para sus fines.

El PSOE los utiliza para hostigar al adversario y jamás les pone problemas. Lo acabamos de comprobar en la misma Barcelona, donde se ha cancelado una cumbre de ministros de Vivienda porque los cachorros de la izquierda tenían previstas movilizaciones masivas, con todo el aparato violento que este tipo de carnavales lleva aparejado. Esta violencia no se condena, no se combate, y, como resultado inevitable, se perpetúa y se legitima.

Las agresiones de este martes son una prueba más de que la extrema izquierda, por violenta y antidemocrática que sea, puede moverse a su antojo y emplearse a fondo siempre y cuando lo haga contra el Partido Popular. En Cataluña ese fenómeno se vive con especial crudeza, porque al izquierdismo radical se le une en explosivo cóctel el nacionalismo irredento de una juventud iletrada e ignorante. Si ellos actúan no sucede nada. Todo marcha conforme al guión. Nadie condena los insultos y los mítines reventados a golpe de alarido. Este martes tampoco. Nada ha cambiado. Cataluña está, definitivamente, enferma.

 

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