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Ignacio Villa

Incorregibles

Este sainete viene a poner de relieve en qué ponen interés estas gentes. Juegan mucho, pero gobernar, gestionar y mejorar la vida de los ciudadanos no parece que entre en sus preocupaciones.

No ha hecho falta mucho tiempo para que en el nuevo tripartito catalán se iniciara la fiesta. Un espectáculo al que ya estamos acostumbrados, pues nunca ha faltado en el Gobierno catalán desde que Maragall llegara a la presidencia del Ejecutivo hace ahora tres años y que resulta evidente que no ha terminado con el andaluz Montilla.

La primera en la frente ha llegado cuando el consejero de Gobernación, el independentista Puigcercós, lo primero que ha hecho nada más instalarse en su despacho ha sido retirar la bandera de España. Tras la intervención de Montilla, el republicano decidió retirar todas las banderas. Lo que haga falta con tal de no izar la española. Finalmente, Montilla le ha recordado públicamente su obligación de cumplir la ley y el señor consejero se ha dignado al fin a izar ambas enseñas, pero dando un mayor protagonismo a la catalana y, por tanto, persistiendo en desafiar la ley.

Este sainete viene a poner de relieve en qué ponen interés estas gentes. Juegan mucho, pero gobernar, gestionar y mejorar la vida de los ciudadanos no parece que entre en sus preocupaciones. Esta comedia resalta el escaso respeto que tienen los independentistas catalanes a la ley y a los símbolos, pero lo más llamativo y preocupante es lo poco que al tripartito le importan las tareas de gobierno. Sólo tienen interés en estos juegos florales, estas ferias de la estupidez  que sólo sirven para entretener a unos políticos de una nula categoría.

Esta nueva guerra de las banderas es una primera señal clara y nítida de que las cosas no han cambiado en Cataluña. Se habrán tachado algunos nombres y anotado otros en la nómina de las consejerías, pero el fondo excluyente, sectario y nacionalista es el mismo que en el anterior tripartito. Se empieza por las banderas y se continúa por la persecución del castellano, por el insulto a todo lo que no sea catalán, por la burla a la corona de espinas y por el fomento del odio hacia el resto de España.

Nos habían vendido que, con el nuevo tripartito, las cosas iban a cambiar. Pero tanto unos como otros son incorregibles. Y aún debe dar gracias Montilla a que, por el momento, Carod Rovira haya preferido mantenerse en un segundo plano; en cuanto le entren las ganas de chupar cámara ya puede irse preparando Montilla. Ni con clases de catalán va a parar sus socios de gobierno. Si son incapaces de frenar la plaga de okupas que padece Barcelona, no parece que vayan a poder hacer mucho con sus propios colegas. Esto no ha hecho nada más que empezar.

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