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Clarence Thomas, el juez demonizado

Para ellos, nadie puede estar en contra de "la diversidad", el control de armas, el calentamiento global o el matrimonio homosexual a menos que haya algo malo en él. Y no es necesaria ninguna prueba contundente para apoyar esta conclusión.

El difunto senador Daniel Patrick Moynihan decía que todos tenemos derecho a nuestra propia opinión, no a nuestros propios hechos. Sin embargo, en la izquierda política muchos actúan como si tuvieran ese último derecho, especialmente cuando se refieren al "hecho" de que quienes se oponen a sus ideas son moral o intelectualmente inferiores.

En otras palabras, nadie puede estar en contra de "la diversidad", el control de armas, el calentamiento global o el matrimonio homosexual a menos que haya algo malo en él. Y no es necesaria ninguna prueba contundente para apoyar esta conclusión. En realidad, no hay ningún hecho que pueda alterar esa convicción.

Nadie ha sido más denigrado y demonizado por esa forma de pensar que el juez del Tribunal Supremo Clarence Thomas. La acusación de que "no está cualificado" ha sido repetida incansablemente, sin que se haya ofrecido ni solicitado prueba alguna que la sustente.

Su destacado historial académico en la universidad, su licenciatura en una de las principales facultades de Derecho del país, su experiencia como abogado tanto en el Gobierno como en el mundo empresarial, sus años a la cabeza de una agencia federal y su servicio como juez del tribunal federal de apelaciones más influyente del país no cuentan, al menos para la izquierda.

Muchos de los jueces del Tribunal Supremo, por no decir la mayoría, no han tenido un expediente tan bueno. Pero Clarence Thomas es considerado "no cualificado" porque la izquierda no puede aceptar su extraordinario historial sin que su visión del mundo y de sí misma sufra una fuerte sacudida.

Un reciente libro sobre el Tribunal Supremo tiene un capítulo sobre el juez Thomas que resulta devastador para todo lo que se ha dicho en los medios sobre él. Se llama Conflicto Supremo, y está escrito por Jan Crawford Greenburg.

Lo que sorprenderá a muchos de los que lean este libro tan bien armado de datos reales es que la imagen del juez Thomas como seguidor a ultranza del juez Antonin Scalia, con el que vota con frecuencia, no tiene nada que ver con la realidad.

Las notas tomadas por el juez Harry Blackmun durante las deliberaciones del tribunal dejan claro que, desde el primer día, Clarence Thomas afianzó su propia postura en los más diversos asuntos, incluso cuando los otros ocho más veteranos miembros del tribunal optaron por la contraria. Con frecuencia eran los argumentos de Clarence Thomas los que convencían al juez Scalia o al presidente del tribunal Rehnquist y, en ocasiones, a los miembros suficientes como para formar una mayoría.

Que gran parte de esta información proceda de las notas tomadas durante las deliberaciones judiciales por el difunto Harry Blackmun, cuyas opiniones eran completamente opuestas a las de Clarence Thomas, añade más peso a la conclusión de que la imagen que ofrecen los medios del juez Thomas no refleja la realidad sino lo que muchos periodistas necesitan creer.

Aunque muchos considerarán éste como el capítulo más devastador del libro, Conflicto Supremo es una importante contribución a la comprensión general del modo en que funciona el Tribunal Supremo, y el modo en que funciona la política al elegir a los candidatos a convertirse en jueces.

La autora Jan Crawford Greenburg comprende los argumentos tanto de la izquierda como de la derecha dentro y fuera del Tribunal Supremo, e intenta hacer comprender al lector esos razonamientos, en lugar de llevar al lector a preferir unos u otros. Aunque es periodista, el contenido académico que contiene el libro es de mayor calibre del que llegan nunca a alcanzar muchos expertos académicos al escribir sobre la ley o el Tribunal Supremo.

Conflicto Supremo también tiene una dimensión humana que permite comprender mejor, aunque pueda resultar algo deprimente, la política interna del Tribunal Supremo y la política del proceso mediante el cual los candidatos a ese tribunal son seleccionados y confirmados.

El misterio de cómo la juez Sandra Day O'Connor llegó a algunos de sus incoherentes veredictos resulta más fácil de comprender cuando sus propias palabras revelan lo trivial y mezquina que era como persona en el Tribunal Supremo, siempre fijándose en el día a día y sin darse cuenta de las cruciales implicaciones a largo plazo de sus poco fiables veredictos.

Este libro también ilumina las decisiones de una larga lista de presidentes republicanos que repetidamente nominaron para el Tribunal Supremo a personas cuyas decisiones como jueces resultaron ser lo contrario a lo que esperaban. Con sus ojos puestos también con frecuencia en el corto plazo, cargaron el tribunal de jueces progresistas. Pero los presidentes demócratas solamente pusieron allí a un conservador en casi medio siglo, el juez Byron White.

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