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EDITORIAL

Recta final en Francia

Francia necesita una reforma seria, tanto política como, sobre todo, intelectual. Quizá Sarkozy no la haga, pero es ahora mismo el único que podría llegar a intentarlo. Como mínimo, con él España se garantizaría un amigo en el Elíseo.

Tanto la ventaja de Nicolas Sarkozy en las encuestas como los sondeos realizados tras el debate con Ségolène Royal del miércoles, que lo dan como ganador del mismo, parecen ir encaminando la larguísima carrera electoral francesa hacia un desenlace feliz para el candidato de la derecha. Sin embargo, no cabe tampoco hacerse demasiadas ilusiones en el caso de que salga elegido. Su programa electoral no lo define como un político revolucionario; no es Thatcher ni Reagan, que es lo que necesitaría Francia para librarse del peso de un Estado que intenta abarcarlo todo y ahoga a sus miembros más capaces, que no dejan de emigrar a destinos más amables con la libertad y la iniciativa individual.

No cabe duda de que Sarkozy es el político francés que más esperanzas ha creado en muchos años. En una nación que ha convertido en seña de identidad el antiliberalismo y el antiamericanismo –tanto monta, monta tanto–, los mayores insultos que ha recibido el candidato de la derecha han sido los de "liberal" y "atlantista". No es que sea ninguna de las dos cosas, pero sí que lo podría parecer si se lo compara con los demás políticos franceses. Al contrario que la mayor parte de ellos, no procede de la élite burocrática de la Escuela Nacional de la Administración, que ha copado el Ejecutivo y el Legislativo del país galo desde tiempos de De Gaulle y al que pertenece también su contrincante.

En el debate con Ségolène se mostró tranquilo e irónico, contradiciendo las acusaciones que lo tachaban de hombre irascible, mientras que su contrincante perdía los estribos, echando a perder su imagen de mujer dialogante y de buen talante. Como tiene un programa y lo puede explicar, lo hizo, mientras que la socialista evitaba contestar a las preguntas concretas y se limitaba a decir que había que hablarlo todo. De hecho, cuando Royal bajó a los detalles fue casi peor, llegando a decir que el porcentaje de la energía nuclear en Francia es del 17%, cuando esa cifra se acerca mucho más a la de la energía que no es nuclear, o que existen muchas empresas suecas con una jornada de 32 horas, algo que el intelectual liberal Johann Norberg no ha tardado en negar.

Sarkozy huyó de extremismos, lo que quizá le haga ganarse más votos de Bayrou, aunque permita sospechar del alcance de su ánimo reformista. Pero quizá lo más revelador tanto sobre él mismo como del estado en el que se encuentra Francia sea la frase en la que afirmó que consideraba que un país libre era aquel en el que se podía disponer libremente de la mitad de lo que se gana. Cuando en una nación a eso se le considera el colmo del liberalismo, es que necesita una reforma seria, tanto política como, sobre todo, intelectual. Quizá Sarkozy no la haga, pero es ahora mismo el único que podría llegar a intentarlo. Como mínimo, con él España se garantizaría un amigo en el Elíseo.

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