Los socialistas han desaparecido de los medios. Todos están copados por la superstar Sarkozy hasta tal extremo que cuando algún socialista se expresa públicamente, como Jack Lang en Le Monde o Strauss-Kahn en al radio Europe, es para hablar de Sarkozy. Para tener noticias del Partido Socialista hay que buscar los breves en letra pequeña en la prensa.
¡Pero qué derroche de palabras! El presidente no para de proferir discursos, dar conferencias de prensa y conceder entrevistas, pero, por ahora, sus actos son más modestos. Un solo ejemplo: cuando Sarkozy se hizo con el dossier de la reforma de las universidades preparado por la ministra Valérie Pécresse, para discutirlo él directamente con los sindicatos, les hizo dos concesiones o, dicho de otra manera, se rajó dos veces. La primera me parece nimia: aceptó que los miembros de los consejos de administración de las Universidades pasaran de veinte a treinta y los representantes estudiantiles de tres a cinco. La otra, sin embargo, me parece fundamental: la supresión de la "selección". Esta palabra, que tiene mala fama, significa sencillamente saber si los diplomas tendrán un contenido y un valor o si se les da a todo el mundo y se convierten en papel mojado.
El lunes, en Estrasburgo, Nicolas Sarkozy pronunció un discurso sobre Europa y el tratado "simplificado", que, por cierto, aún no está redactado y ya es complicadísimo. Con brillantez e inteligencia indudables, pero también con mucha demagogia y bastantes engaños, dijo cosas justas y cosas falsas. Estuve de acuerdo con su defensa de la Europa de las naciones, contraria a un superestado burocrático que pudiera eliminarlas. También cuando reafirmó la necesidad de fronteras europeas claras, para excluir a Turquía, sin nombrarla. Me pareció bien su crítica a la pesada burocracia europea, a su falta de democracia, al aquelarre tecnocrático de muchas decisiones de la Comisión, etc.
Sin embargo, no estuve en absoluto de acuerdo con su exaltación del papel del futuro y fantasmal presidente europeo, o del Alto Comisario ni su ambigua frase sobre "el reforzamiento del papel del Parlamento europeo", ese inútil mamotreto. Sobre todo me pareció sumamente peligrosa su defensa del papel del Estado (sobre todo el francés, of course) en todos y cada uno de los sectores de la economía y de las relaciones comerciales internacionales y su reiterado menosprecio de la libre competencia "que es un medio y no un fin; el fin es el crecimiento", dijo. Pues precisamente, ¿acaso la libre competencia no favorece el crecimiento? Enmascarando todo esto bajo el manto de la voluntad política, defendió un constante intervencionismo estatal, que ha demostrado sus fallos. Será muy bonito afirmar que se prohíben las "deslocalizaciones", ¿pero cómo? ¿Prefiere las quiebras si son nacionales? Parecía un discurso electoral, destinado a ganar votos en los sectores de la sociedad francesa, pese a que ya ha ganado. Y en cuanto al autobombo, dejémoslo para el postre como pera en almíbar.
Y el martes, el silencioso hasta ahora Francois Fillon, primer ministro, pronunció su discurso de "política general" en la Asamblea Nacional. No estuvo mal, reafirmó la voluntad de reformas de su Gobierno e hizo promesas imprudentes, como que el paro disminuirá al 5% de aquí a 2012. ¿Nos lo dice o nos lo cuenta?
