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José Antonio Martínez-Abarca

Nadie ha oído ni visto nada

Quien haya oído demasiado y encima tenga buena memoria o incluso lo haya apuntado todo en un diario íntimo por las noches, no le daría yo más esperanzas de cobrar la jubilación que al intérprete de aquella apasionante cena entre Churchill y Stalin.

Sir Winston Churchill, en pleno reparto del mundo por las potencias, cenó con Josif Stalin. Los dos eran de buen cenar. No faltó la bebida de buena graduación. Allí se dijeron muchas cosas, probablemente no todas prudentes. Como el inglés de Stalin era cerca de inexistente y el ruso de Churchill no mucho más elevado, les acompañaba un intérprete, que forzosamente debió enterarse de todo como era su obligación.

Al despertar, Churchill tenía algo de resaca y mucha preocupación, ya que sólo lograba recordar vagamente una velada y no estaba en condiciones de asegurar que no había llegado a contar al ogro georgiano ciertos secretos de estado. Recibió, con el desayuno, una amable nota de éste. "Muy agradable velada anoche, señor primer ministro, que sirvió para el acercamiento fraternal entre nuestras dos grandes naciones. Postdata: no se preocupe por el alcance de lo que se habló anoche ya que todos sabremos guardar discreción. El intérprete ha sido fusilado al amanecer."

Dice Mariano Rajoy que las actas del contenido de lo que se habló durante las reuniones con ETA se terminarán conociendo públicamente. ¿Cómo está tan seguro? De los participantes directos y testigos presenciales, unos no tendrán crédito en lo que puedan contar (los de ETA, a través del diario Gara, como ya viene ocurriendo) y los demás pueden garantizar su incondicional silencio porque de todas formas, por muy calladitos que se estén, les pueden ocurrir accidentes. Esas cosas pasan. La profesión de intérprete en según qué altas traiciones a la patria tiene un índice de peligrosidad laboral muy alta.

No me gustaría estar en el pellejo de los que han escuchado determinadas cosas que no debían de haber escuchado en esas reuniones etarrozapatéticas, por muy tipos duros y silentes que sean. Me recuerda al guión de Casino, película en la que, tras elogiar en una reunión de capos las virtudes sicilianas tradicionales de alguien de toda confianza, que va a tragarse una luenga condena por no delatar a nadie, alguien afirma: "Señores, tal como yo lo veo, ¿por qué arriesgarse?". Nadie se va a arriesgar si se hace posible juzgar en el futuro a un ex presidente de Gobierno por la máxima felonía que es posible cometer en una alta magistratura, y cada vez parece más posible.

Las oenegés y los "agentes internacionales", incluida la gendarmería francesa, sabrán del Estado español o de cualquier otro conducto lo que sea posible saber sin grande escándalo, no más. Y quien haya oído demasiado y encima tenga buena memoria o incluso lo haya apuntado todo en un diario íntimo por las noches, no le daría yo más esperanzas de cobrar la jubilación que al intérprete de aquella apasionante cena entre Churchill y Stalin. Hay gente que todavía no sabe con quién nos estamos jugando los cuartos.

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