Decía en mi artículo anterior que el problema fundamental que tiene que resolver el PP en el congreso de junio no es el de si le corresponde realizar una oposición más o menos complaciente con el PSOE, más o menos centrista o liberal-conservadora. La cuestión radica en preguntarse por qué la izquierda es, desde el punto de vista ideológico, la gran vencedora de esta etapa política que arranca con la Constitución de 1978.
En efecto, si analizamos con detenimiento estos últimos treinta años, observaremos que el debate político en este país ha sido monopolizado en la práctica por la izquierda y las fuerzas nacionalistas que, de modo progresivo pero eficaz e incesante, vienen imponiendo un modelo social, político y económico a nuestro país sin que el centro-derecha haya podido construir un discurso alternativo capaz de superarlo.
En una primera ola progresista, durante los gobiernos de UCD, España se dotó de un sistema autonomista sin un contorno claro que limitara futuras reivindicaciones nacionalistas; adoptó una política fiscal descaradamente socialdemócrata y cimentó los complejos de una derecha que se travestía como "de centro", quizá por no ser capaz de proyectar sus muchas diferencias con una dictadura que tenía también bastantes componentes intervencionistas y obreristas propios de la izquierda.
En la segunda oleada, correspondiente a los gobiernos de González, el PSOE penetró ferozmente en la administración pública, desarrolló un amplio abanico de normas de izquierda en educación, pensiones, economía y Justicia. Y la tercera oleada, aún inacabada, es la que estamos viviendo con Rodríguez Zapatero.
La raíz de esta problemática debemos buscarla en la calle y no sólo en el Congreso de los Diputados. Los socialistas y los nacionalistas han tejido, con temprana premeditación, un complejo entramado de organizaciones sociales que se movilizan, con bastante eficacia, para plantear ideas y consignas que poco a poco van calando en la población hasta permitir, cuando la fruta está madura, la iniciativa política en las instituciones.
De este modo, movimientos como el abortista, el de objeción de conciencia, el ecologista, el de la legalización del consumo de drogas, el feminista, el de gays-lesbianas o incluso los de defensa de la lengua autóctona (recuerden Omnium Cultural en Cataluña), han servido primero para agrupar alrededor suya, con una tenacidad a prueba de años, a grupos de activistas que han hecho mucho más ruido mediático que el que inicialmente les correspondía por su predicamento social; y con posterioridad han ido consolidando cambios legislativos y acciones de gobierno encaminadas a satisfacer sus demandas.
Claro que este proceso habría quedado inconcluso o incluso abortado si el centro-derecha, una vez accede al poder, hubiera sido coherente con el rechazo en origen que opuso a este tipo de oleadas progresistas y por tanto las hubiera derogado o modificado. En cambio, lo que han hecho los gobiernos moderados ha sido mantener intactas esas leyes y políticas, de modo que las han consolidado. Es decir, han cumplido con su parte de la famosa "rueda dentada".
El retorno posterior al poder de la izquierda-nacionalistas, una vez consolidadas sus medidas anteriores, sirve para abordar nuevas medidas de transformación social y política conforme a sus principios ideológicos. Ahí tenemos ahora la ley de memoria histórica, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la Educación para la Ciudadanía o los nuevos estatutos autonómicos, que conforman ya la tercera oleada progresista desde 1978.
Así las cosas, el Partido Popular debe formular una estrategia que supere esta espiral. Entenderán, por tanto, que no se trata de oponerse con vehemencia a la labor del Gobierno socialista. Erosionar al adversario puede conllevar el acceso al poder de nuevo, pero no conducen necesariamente a que las ideas liberales y conservadoras logren un predominio político en un nuevo ciclo. Para ello es necesario reformular un discurso capaz de articular a amplios sectores sociales dispuestos a movilizarse para sustituir esa extraordinaria maquinaria "progresista" por otra "liberal".
En el fondo, el PP no tiene que decidir cuánto admite de los postulados socialistas para así rascar votos en el centro; sino que debe proyectarse, con nitidez, como un partido no socialista, como una alternativa moderada pero radicalmente distinta al PSOE.
De hecho, el éxito de su nueva estrategia política no radicará sólo en que el PP gane las próximas elecciones, sino en que además sea el PSOE quien adopte a partir de entonces el papel de rueda dentada sobre las políticas liberal-conservadoras.
Esta última legislatura ha demostrado que hay un cuerpo social dispuesto a dar la batalla por las ideas y los valores, aunque más movilizados por ciertos líderes de opinión que por la propia voluntad coherente de un partido que, no lo olvidemos, debiera ser el mecanismo democrático que incardine la participación política de los ciudadanos, en este caso de los liberales y de los conservadores.
A eso, precisamente, es a lo que tienen que responder los dirigentes y los militantes del PP en junio.
