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Mark Steyn

El tío Jeremías

Irving Berlin era judío y sufrió penurias: creció en la pobreza del Lower East Side de Nueva York. Cuando logró fama y fortuna, su matrimonio con una princesita de Park Avenue le granjeó a su novia la expulsión de la lista de ricos y guapos de la ciudad.

El reverendo Jeremiah Wright piensa que, por culpa del trato recibido por parte de la América blanca, los estadounidenses negros no tienen ninguna razón para cantar Dios bendiga a América: "El Estado les suministra drogas, construye prisiones más grandes, aprueba leyes para criminales habituales y después pretende que cantemos Dios bendiga a América. No, no y no. Dios maldiga a América", le comunicó a a su congregación. "Dios maldiga a América por tratar a los nuestros como ciudadanos de segunda."

No creo en la culpa por asociación o en las campañas al estilo vodevil entre políticos rivales que insisten en que tal o cual candidato se disocie de los comentarios de algún colega con quien se cruzó unas palabras durante 30 segundos hace diez años. Pero Jeremiah Wright no es precisamente algo accesorio en la vida de Barack Obama. Él lo casó y bautizó a sus hijos. Aquellos que cometimos el error de comprar el último libro del senador, La audacia de la esperanza, y que sostenemos que el título no es sino una destilación ridícula, aunque ingeniosa, de la rimbombante banalidad de un estilo político blandengue, descubrimos alrededor de la página 127 que en realidad la frase procede de uno de los sermones del reverendo Wright, el pastor de Barack Obama durante los últimos 20 años (esto es, durante gran parte de la vida adulta del senador). ¿Consideró Obama emplear ese Dios maldiga a América como título de su libro, aunque no encajara igual de bien para el público al que el producto iba destinado?

En realidad no, informó el senador a ABC News. El Reverendo Wright es como "un viejo tío que dice cosas con las que no siempre estoy de acuerdo". ¿Estaba de acuerdo con el torpe tío Jeremías el 16 de septiembre de 2001? Esa mañana de domingo, el tío informaba a sus fieles de que Estados Unidos se ganó la muerte y la destrucción del 11 de Septiembre. "Bombardeamos a muchos más que los miles de Nueva York y el Pentágono, y nunca hubo ninguna reacción", dijo el reverendo Wright. "Hemos aguantado terrorismo de estado contra los palestinos y los sudafricanos negros, y ahora nos indignamos porque nos ajusten las cuentas por todas las cosas que hemos hecho en el extranjero."

¿Es esto una de esas cosas "con las que no siempre estoy de acuerdo"? Bueno, el senador Obama no lo ha aclarado. Simplemente responde que esa mañana no acudió a la iglesia. Bueno, de acuerdo, pero ¿qué habría hecho de haberse presentado casualmente el 16 de septiembre? ¿Habría gritado "¡Que asco!" y se habría largado por las buenas? Bueno, vale, eso resulta demasiado dramático. ¿Habría al menos susurrado a Michelle que no quería que sus hijas escuchasen semejantes chorradas mientras los servicios de rescate aún estaban apartando los escombros? ¿Se habría levantado de su banco con dignidad y conducido a su familia hasta la puerta? ¿O habría permanecido allí con cara de poker mientras los feligreses sentados a su alrededor asentían a las palabras de Wright?

Todo lo que dirá el senador Obama es que "no creo que mi iglesia sea particularmente polémica". Y en eso puede estar en lo cierto. Hay muchos predicadores que estarían encantados de decirles a sus congregaciones "Dios maldiga a América". Pero se supone que Barack Obama no es el candidato de los que maldicen a América: no es el candidato del reverendo Al Sharpton, del reverendo Jesse Jackson o del resto de los fanáticos del agravio racial. Obama pretende ser el hombre que trasciende las fronteras de la raza, el candidato que no maldice a América, sino que "la cura" (si es que usted piensa, como hacen tantos demócratas, que Estados Unidos necesita tratamiento). Sin embargo, desde que cumplió veintitantos años este hombre se ha sentado, semana tras semana, a escuchar los desvaríos de un histérico del agravio racial un poco falto de imaginación.

¿A favor de qué está Barack Obama? No de sus "políticas", sean las que sean. En su lugar, el senador representa una idea: él es el símbolo de la redención, de la renovación y de un montón más de abstracciones insustanciales que no consisten en gran cosa aparte de hacer que los progres blancos de clase alta se sientan bien consigo mismos, y así lograr exprimir mucho más de lo normal su culpabilidad blanca. Asumo que eso es de lo que hablaba Geraldine Ferraro cuando decía que Obama no estaría donde está hoy (léase encabezando la carrera hacia la candidatura demócrata a la presidencia) si fuera blanco. Para su desgracia, la primera mujer que figuró en una candidatura presidencial fue expulsada de la campaña de Clinton y denunciada por Keith Olbermann, de la MSNBC, por su "racismo insidioso" que en nada se distinguía del "vocabulario de David Duke".

Bueno, en realidad quiso decir "por decirlo en voz alta". Por muy agradable que resulte contemplar a los expertos empuñadores de las granadas de mano de la política de identidad perdiendo dedos en la explosión, si Geraldine Ferraro es una "racista insidiosa", ¿quién no lo es?

La canción que el Reverendo Wright no cantará es obra de Irving Berlin, contemporáneo de Cole Porter, Ira Gershwin y Lorenz Hart, todos ellos sofisticados compositores. Pero solamente Berlin podría haber escrito sin sonrojarse Dios bendiga a América. Lo pronunció directamente, sin afectación y sin vergüenza, en siete palabras:

Dios bendiga a América,
la tierra que amo.

Berlin era judío y sufrió penurias: creció en la pobreza del Lower East Side de Nueva York. Cuando logró fama y fortuna, su matrimonio con una princesita de Park Avenue le granjeó a su novia la expulsión de la lista de ricos y guapos de la ciudad. En los años 30, su hermana se fue a vivir con un diplomático nazi. Orgullosa, hacía alarde de su esvástica de diamantes delante de Irving. Sin embargo, Berlin, que había pasado su infancia en Temún, Siberia, hasta que los cosacos arrasaron su aldea a lomos de sus caballos, entendió el gran regalo que había recibido:

Dios bendiga a América,
la tierra que amo.

El Reverendo Wright no puede pronunciar estas palabras. Su numerito de rigor es:

Dios maldiga a América,
la tierra que detesto.

Entiendo que la experiencia de los judíos rusos a lo Ellis Island les haya sido negada a los negros. Pero no a Obama. Su experiencia ciertamente no es tan distinta a la de Berlín, salvo que Barack llegó a Harvard. Su padre era keniata, él pasó su niñez en Indonesia, y debe dar gracias a su buena estrella por presentarse a un cargo político en Washington, y no en Nairobi o Yakarta. En su lugar, su descafeinada esposa Michelle afirma que la elección de su marido como presidente sería el primer motivo para "enorgullecerse" de Estados Unidos. Se queja además de que este país es "abiertamente mezquino" y de que tiene problemas para encontrar dinero para las clases de piano y los campamentos de verano de las niñas. Entre los dos, el señor y la señora Obama ingresan 480.000 dólares al año (sin incluir los royalties por La audacia de la exageración), pero lloriquean debido a lo dura que es la vida. Sí, se puede. Pero no con esa porquería de sólo medio millón de pavos al año.

Dios ha bendecido América, bendijo a los Obama en América, incluso bendijo al reverendo Jeremías Wright, cuyas críticas obsesivas a su propio país serían mucho menos rentables en cualquier otra parte del mundo. Aquí el "racista" no es Geraldine Ferraro, sino el reverendo Wright, cuyas apelaciones al resentimiento racial son las cosas que se supone superará el Presidente Obama, aunque por el momento todo suena a más de lo mismo.

Dios bendiga a América,
la tierra que amo,

A retractarse, Michelle.

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