"La generación más grande" es como se denomina a aquellos americanos que crecieron durante la Gran Depresión, lucharon en la Segunda Guerra Mundial, trabajaron después en granjas y fábricas y se sacrificaron en la guerra mientras mantenían el frente nacional. Tras la guerra, esos americanos, muchos de los cuales nacieron entre el cambio de siglo y 1930, continuaron trabajando para producir un nivel de riqueza y prosperidad desconocido para la humanidad hasta entonces.
No hay duda de que esta generación realizó una contribución importante. Pero examinemos qué otras contribuciones hizo esa generación, porque podrían terminar considerándola como la que puso los cimientos de la mayor traición al principio central fundador de nuestra nación: el Gobierno federal limitado que ejerce exclusivamente los poderes constitucionalmente enumerados.
Cuando nació la generación más grande, el gasto federal como porcentaje del producto interior bruto era del 2,5%. En el momento en que está muriendo es del 20% del PIB y eso no incluye las demás intromisiones del Gobierno. Si se pidiera a los abuelos de la generación más grande que describieran sus contactos o relación con el Gobierno federal, tras una mirada desconcertada, esforzándose por hacer acopio de sus facultades, responderían: "Solía charlar con el cartero de vez en cuando."
Hoy hay pocas cosas que pueda hacer un norteamericano sin alguna forma de control federal, ya se trate de cuánta agua podemos utilizar para tirar de la cadena, qué clase de coche conducimos, o cómo preparamos la jubilación. El Congreso dirige nuestras vidas en formas que nuestros antepasados jamás hubieran podido imaginar, por medio de agencias creadas por la generación más grande, tales como Servicios Sanitarios y Humanos, Vivienda y Promoción Urbana, Administración de la Seguridad Social, y una multitud de abreviaturas como EPA, DOL, BLM, CDC o DOT.
No hay duda de que la generación más grande proporcionó a su descendencia, la generación del baby boom, bienes y servicios que sus padres no se pudieron permitir darles. Pero por desgracia no inculcó a sus hijos lo que sus padres les enseñaron a ellos: los valores y costumbres que hacen posible una sociedad civilizada. En las generaciones anteriores, las personas eran consideradas responsables de su comportamiento. Hoy es la sociedad en conjunto la que paga los platos rotos de la irresponsabilidad. Hace años no se toleraba el tipo de conducta y lenguaje que hoy se acepta. Ver a hombres sentados mientras una mujer permanecía en pie en un transporte público solía ser impensable. Era inaceptable que los niños se dirigieran a adultos por su nombre y el uso por su parte de lenguaje desagradable en presencia de profesores u otras personas mayores que ellos.
La primera línea de defensa de una sociedad no es la ley, sino las costumbres, tradiciones y valores morales. Estas normas de comportamiento, transmitidas en su mayor parte a través del ejemplo, el boca a boca y las enseñanzas religiosas, representan una entidad de sentido común destilado a través de los tiempos a través de la experiencia y el ensayo y error. Incluyen importantes prohibiciones taxativas como no matarás, no robarás, no mentirás o engañarás, pero también incluyen todos esos gestos de cortesía que uno puede llamar conducta delicada o caballerosa. Los policías y las leyes nunca podrán reemplazar estos límites a la conducta personal. En el mejor de los casos, la policía y el sistema penal de justicia son la última línea desesperada de defensa para una sociedad civilizada. Este fracaso a la hora de transmitir por completo las normas específicas a las generaciones posteriores supone otro fracaso de la generación más grande.
Si existe una generación a la que se pueda calificar con justicia como la generación más grande es la responsable de la fundación de nuestra nación, la formada por hombres como James Madison, Thomas Jefferson, John Adams, George Washington y millones de sus compatriotas. Esta es la generación que se libró de una forma de opresión y dispuso los cimientos de una libertad humana sin precedentes. No es un logro trivial, dado que lo más frecuente en la historia de la humanidad ha sido sustituir una forma de opresión por otra mucho peor, como hemos visto en Rusia, China o África.
