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Juan Carlos Girauta

La broma Chacón

El hombre en quien otros vieron antes a Bambi, con el correr de los años y tras sucesivas demostraciones de aniquilación de conmilitones ambiciosos y neutralización fulminante de adversarios, ha encontrado su mejor parangón en un temible vampiro.

Darle a Chacón el Ministerio de Defensa es una de las más pesadas bromas que ha gastado Zapatero al PSC, y lleva ya unas cuantas. No es extraño que Montilla deseara el triunfo del PP en las generales; era la justa correspondencia a los deseos gubernamentales de situar a Mas al frente de la Generalidad, empeño que nació antes que el propio ejecutivo socialista, con la crisis de la visita de Carod a Perpiñán y las subsiguientes conversaciones telefónicas a grito pelado con Maragall, las exploraciones para resucitar una federación catalana del PSOE (de las que el nuevo ministro Corbacho sabe algo) y lo que el PSC tuvo por traición suma: servirle el tanto del Estatut al líder convergente en la larga noche de los cigarrillos. Afrentas todas archivadas al modo socialista, es decir, mediante conspiración que costó la cabeza de Maragall y dio definitivamente el poder institucional –pues el del aparato ya lo tenían– a los capitanes del Baix Llobregat.

Pero el de Chacón es el bromazo definitivo, la lección magistral de ese político al que un día comparamos con el protagonista de Bienvenido Mister Chance, con el personaje de Rowan Atkinson Mister Bean o con el Zelig de Woody Allen, el hombre en quien otros vieron antes a Bambi y que, con el correr de los años y tras sucesivas demostraciones de aniquilación de conmilitones ambiciosos y neutralización fulminante de adversarios, ha encontrado su mejor parangón en un temible vampiro.

¿Que donde está la broma? Sencillamente en colocar a visitar cuarteles, despachar con generales, escuchar el himno de España en posición de firmes y tragarse la más que probable crisis que nos espera con Marruecos a una cabeza de lista del PSC cuyo discurso de precampaña y campaña consistió en la repetición autista de un mensaje único: ella iba a consagrarse a defender los intereses de Cataluña. Tanto insistió en esta aberración jurídico-política que se convirtió en la verdadera y principal candidata nacionalista, suplantación que no vio sólo este columnista, sino también muchos votantes de ERC, cuyo voto, como es sabido, sumado a la fidelísima bolsa del cinturón industrial (que de nacionalista tiene tanto como José Bono o como Alfonso Guerra) dio al PSOE veinticinco diputados por Cataluña y determinó su triunfo electoral.

Derrotados en las urnas y decepcionados por la reacción postelectoral de Rajoy, uno de los pocos consuelos que nos queda a los votantes del PP es imaginar la cara que se les habrá puesto a los nacionalistas que optaron por Carme la quebequoise al saber que le corresponde el mando de aquellos a quienes el artículo octavo de la Constitución asigna la misión de garantizar la soberanía e independencia de España y defender su integridad territorial. ¡Ja, ja, ja, muy bueno, Zapatero!

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