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Cristina Losada

Simpatía por el diablo

Pagarles a los bucaneros el rescate a tocateja se llama "gestión diplomática" y entregar a los secesionistas lo que se les encapricha se denomina diálogo y consenso.

El PP está descubriendo que no resulta simpático y la pregunta, naturalmente, es a quién, pues en política, como en otros menesteres, no hay manera de caer simpático a todo el mundo todo el tiempo. Es obvio que el PP no despierta entusiasmo entre quienes no le votan ni tampoco, por cierto, entre quienes lo hacen acogidos al código del mal menor. Pero la inquietud que ha hecho presa de los nuevos portavoces del centroderecha, llámense Sáenz de Santamaría, Alonso, Lasalle o Núñez Feijóo, parece haber nacido de la percepción de que su derrota se debe a que el PSOE zapaterino les cae tan simpático a los nacionalistas que llegan, incluso, a votar por él. De ese análisis, que puede ser correcto, extraen una conclusión errónea y es que para ganar elecciones deben esforzarse por atraer la simpatía de los nacionalistas, o sea, competir por ella con ZP.

Feijóo, que primero iba a escribir un manual de autoayuda sobre cómo ser "un partido simpático de cara a los nacionalistas", ha matizado luego que se trata de que al PP no se le vea como anti-catalán o anti-gallego (o anti-andaluz o anti-aragonés o anti-extremeño y así sucesivamente), sino como un partido que "quiere lo mejor" para Cataluña, el País Vasco y –se sobreentiende– para todas las demás comunidades. Eso está muy bien, pero hay un modo más claro y preciso de expresarlo, que es señalar que se "quiere lo mejor" para todos los ciudadanos españoles. Cierto que la fórmula tiene el inconveniente de que antes es preciso convencerse de que lo son, cuando la acción política de los últimos treinta años ha estado orientada en sentido contrario. Esto es, a persuadir de que hay aragoneses, valencianos, mallorquines, castellanos, etcétera, pero no españoles. Salvo en Madrid, donde se cree que se refugian los últimos de la especie.

Desde luego que es fácil ser simpático con los nacionalistas, como le ha sido fácil al Gobierno ser generoso con los piratas somalíes. Pagarles a los bucaneros el rescate a tocateja se llama "gestión diplomática" y entregar a los secesionistas lo que se les encapricha se denomina diálogo y consenso. Este tipo de chanchullos los maneja muy bien Zetapé, que tiene un electorado que aguanta lo que le echen; aún sabiendo que miente, van, le votan y le consideran. Pero el PP tiene un escollo para hacer migas con los corsarios nacionalistas y es que a sus votantes, esos señores y señoras les resultan enormemente antipáticos. Más aún, se diría que le votaron precisamente para acabar con su perpetuo chantaje. A la postre, el problema del PP no es ser o no ser simpático ni tampoco parecerlo, sino aceptar o no la fragmentación de la simpatía.

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