Colabora
José García Domínguez

La Generalidad, insumisa contra el Parlamento

Si no se ha dejado atrapar nunca por las cámaras de TV3 –ni piensa acceder a ello en el futuro– es por la misma razón que tampoco acude a restaurantes que no sirvan a clientes negros, no por otro motivo.

Sin hijos conocidos ni afán alguno por engendrarlos. Y de un natural misántropo que, en el mejor de los casos, le empuja a la indiferencia por el sino de la prole del prójimo. Añádase a esos óptimos que las rentas que le permiten sobrevivir razonablemente bien se generan todas ellas en la villa de Madrid, y comprenderá el lector lo mucho que a uno le afecta el que en los colegios catalanes esté estrictamente prohibido el uso docente de la lengua castellana.

¿Por qué empecinarse, entonces, en seguir luchando en esa guerra perdida, la de los derechos lingüísticos de la mayoría castellanoparlante? Pues quizá porque el compromiso que nunca pudo tener con su tribu o con la perpetuación de la especie lo tenga con la verdad. Y la verdad, señores, es que si en Cataluña existió durante décadas algo muy parecido a una dictadura blanca, hoy no es así. Lo siento, pero esa excusa piadosa ya no sirve. Con decir que hasta hay libertad de expresión. Sin ir más lejos, uno mismo es la prueba: lo han invitado docenas de veces a actuar en la gran pista del circo de la televisión autonómica. Y si no se ha dejado atrapar nunca por sus cámaras –ni piensa acceder a ello en el futuro– es por la misma razón que tampoco acude a restaurantes que no sirvan a clientes negros, no por otro motivo.

Admitamos de una vez la evidencia: en Cataluña el acoso y la persecución institucional contra el castellano se realiza con la aquiescencia muda de los propios castellanohablantes. He ahí los treinta y cinco flamantes diputados del PSC en las últimas elecciones para demostrarlo. Ocurre que aquel mítico intelectual orgánico colectivo que soñara Vázquez Montalbán ha devenido en un muy real asno gregario dispuesto a lanzar coces contra su propio culo a cambio de que le perdonen el pecado original de haber nacido con las cuerdas vocales afinadas en la lengua del invasor. De ahí que la única explicación plausible al delirio gramático catalán no se esconda en los arcanos de la ciencia estadística y la demografía sino en el viejo diván acolchado del doctor Freud de Viena.

Razón a su vez de que la Cataluña actual represente la constatación empírica de que una democracia parlamentaria es perfectamente compatible con la ausencia de derechos civiles. "Mientras Esquerra esté en el Govern no permitirá que haya tercera hora", advirtió hace un rato Anna Simó, portavoz de ERC. Y, en efecto, minutos después, el hermano pequeño de Maragall ha anunciado presto que, por segundo año consecutivo, la Generalidad violará deliberada, alegre e impunemente esa ley formal del Parlamento español que ordena impartir un mínimo de tres horas de docencia en castellano en los colegios de la región. Por lo demás, no pasa nada. Nadie se manifiesta en la calle. Nadie escribe sobre el asunto en la prensa. Nadie presenta una denuncia en los juzgados. Nadie... Y a mí qué me importa.

Ver los comentarios Ocultar los comentarios

Portada

Suscríbete a nuestro boletín diario