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José Vilas Nogueira

En memoria de Huntington

Los terroristas se han mostrado indignados ante esta declaración de "guerra total", que ellos mismos han estado provocando durante siete u ocho años. Como a ellos les conviene una "guerra de desgaste", los israelitas deberían ajustarse a sus preferencias.

La paz sólo puede asentarse sobre la justicia, una cierta idea de la justicia. Al margen de sus fundamentos religiosos o filosóficos, algunos neurólogos y neuropsicólogos contemporáneos afirman que a partir de las propias estructuras cerebrales de los seres humanos son identificables un mínimo de pautas éticas comunes a todos ellos. Si esto fuese así, la famosa regla áurea de la ética ("no quieras para los demás lo que no quieras para ti", o más simplemente el "principio de reciprocidad") formaría parte constitutiva de la propia naturaleza humana.

Naturalmente, no son de esta opinión los islamistas radicales (y otros radicalismos, algunos de ellos presentes en el ámbito de nuestra propia cultura occidental, que ahora no vienen al caso). Imbuidos de una superioridad inmanente (o trascendente) respecto del infiel, en particular del "perro judío", estos fanáticos se consideran autorizados a todo, y no admiten el derecho de resistencia de los destinatarios de su odio, que conservarían su "inmundicia" aunque ofreciesen dócilmente su cuello a los feroces victimarios.

Así, las milicias de Hamas vienen hostigando día tras día a los civiles israelitas con el lanzamiento de cohetes, además de esporádicos y sangrientos atentados. Tanta contumacia ha agotado la paciencia del Gobierno israelita, que ha lanzado una operación militar para destruir las infraestructuras desde las que aquellas milicias perpetran su política terrorista contra la población israelita. Dotado de una superioridad militar abrumadora, el ejército israelita ha matado en un solo día a más de 200 milicianos radicales.

Los terroristas se han mostrado indignados ante esta declaración de "guerra total", que ellos mismos han estado provocando durante siete u ocho años. Como a ellos les conviene más una "guerra de desgaste", los israelitas deberían ajustarse a sus preferencias. Como era de esperar, buena parte de la izquierda occidental ha mostrado su simpatía hacia los terroristas palestinos. También, el Vaticano. Es el síndrome de la "simpatía por el pobre". Pero, ni los pobres están exentos de las obligaciones de la justicia, ni el término medio es necesariamente la solución justa: según una pequeña fábula, que cuenta Jon Elster, un muchacho pequeño encuentra una moneda, digamos de un euro; otro mayor quiere arrebatársela; los dos muchachos forcejean; pasa un adulto y resuelve la disputa, entregando 0,50 céntimos de euro a cada muchacho. Este sujeto cree haber actuado en justicia, pero ha instaurado una injusticia.

En asuntos de tanta transcendencia como el conflicto de Oriente Medio, no seamos tan estúpidos como el sujeto de la fábula. La convivencia de israelitas y palestinos sólo podrá asentarse en el respeto de la regla áurea de la ética. Con más razón, lo mismo ha de decirse respecto de la convivencia de civilizaciones. Los israelitas no sólo se defienden ante un enemigo cruel y despiadado. Nos defienden a todos los que amamos la libertad.

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