Tuve la suerte de toparme con un ladrón bondadoso y cortés. Esto se producía el fin de semana de Todos los Santos, cuando mi banco estaba cerrado y tuvo que recurrir al cajero automático. Cuando realizaba mis operaciones habituales, mi ladrón –que había entrado detrás– me explicó muy amablemente que no lo estaba manejando bien; y mientras con la mano izquierda pretendía indicarme cómo hacerlo, con la derecha se apoderó de mi tarjeta en cuanto salió de la ranura del cajero. Tan pronto como lo vi, protesté, le di un empujón y le arranqué mi tarjeta de crédito. Tras este incidente, mi ladrón siguió hablándome de manera cordial y educada, diciendo que sólo quería ayudarme, rendre service. Mantuvimos una conversación perfectamente surrealista; yo, fingiendo que no me había dado cuenta de que quería robarme, él, simulando que sólo pretendía ayudarme. Cuando salí, incluso me dio las gracias: Merci beaucoup, monsieur! "De nada", le respondí.
No todos tienen tanta suerte. El robo de tarjetas de crédito, junto al de los móviles, se ha convertido en una de las actividades preferidas de los rateros. También empieza a ser frecuente la trampa del falso fontanero que busca una avería y se termina yendo con las joyas. Eso, por ejemplo, le ocurrió a mi hermana. Encima, en estos tiempos de nuevas tecnologías, del internet todopoderoso, la astucia de los ladrones no tiene límites y usando un ordenador (yo de eso no entiendo nada) incluso han logrado robar directamente en la cuenta corriente de Sarkozy y de miles de franceses más.
Siempre me ha llamado la atención que en Francia, donde el todoestado ha sido la ley –y vuelve a serlo con el pretexto de la crisis–, existen numerosas empresas de caridad privada que intentan corregir los fallos del Estado en su lucha contra la pobreza: "Los peregrinos de Emmaus", del Abbé Pierre, "los Restos du coeur", fundados por el cómico Coluche, y cientos de asociaciones más (sin necesidad de mencionar a las ya clásicas como Socorro católico, Socorro popular, Ejército de Salvación...) intentan suplir al Estado allí donde fracasa. Y si hablamos sin tapujos, hay que precisar que los de Emmaus se han convertido en una empresa comercial rentable. Pero con esta ola de frío que recorre Europa –menos mortífera que el fantasma del comunismo anunciado por Marx, pero mortífera, al fin y al cabo– el repugnante conformismo de la prensa no explica que si tantos mendigos sin domicilio de ninguna clase se niegan a ir a los asilos que tienen disponibles, es sencillamente porque allí les está prohibido el consumo de alcohol y tabaco. Prefieren arriesgarse a morir de frío que a someterse al delirio estatal.
Los "mejores hospitales del mundo", como presumen los franchutes, han demostrado una vez más durante esta Nochebuena su excelencia: se han producido varias muertes porque los médicos y los enfermeros estaban de juega.