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Antonio Golmar

No apto para sectarios

Algunas cosas que he leído estos días, cosas como que Huntington fue el inspirador de la presidencia de Bush, o que es el representante del ala más conservadora del Partido Republicano, deberían causar sonrojo a sus redactores.

La ciencia política no figura entre las disciplinas favoritas de los liberales. Estudiar cómo se obtiene el poder y qué mecanismos se usan para acrecentarlo no es plato de gusto para ningún libertario. De ahí la candidez de los que se alían con el primer socialista de derechas que les da un palmadita en la espalda o les invita a cenar, aunque luego vaya por ahí proclamando que el liberalismo es una versión light del satanismo. Peor para ellos.

Sin embargo, existen honorables y heroicas excepciones. Por ejemplo Michael Munger, decano de la facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Duke, editor para los Estados Unidos de la revista Public Choice y candidato a gobernador de Carolina del Norte por el Libertarian Party. Más de 100 profesores contribuyeron a su campaña. Munger atribuye este inesperado apoyo al hecho de que "muchos me veían como el candidato de la izquierda. En mi estado, los demócratas son republicanos, y los republicanos, talibanes". No quiero ni pensar lo que una afirmación de este tipo le habría costado en ciertos círculos ibéricos, pero esa es otra historia.

El pasado fin de semana falleció Samuel P. Huntington, uno de los pocos científicos sociales que se atrevieron a formular profecías, muchas de las cuales se han cumplido. En 1957, publica El soldado y el Estado, un análisis de las relaciones entre ejército y sociedad civil en el que explica el control civil de las fuerzas armadas como un producto de la tradición liberal. Huntington vaticina que ninguna sociedad podrá ser libre a menos que los militares se vean privados del poder del que disfrutan en numerosos países del Tercer Mundo. Este tema reaparece en Orden político en las sociedades en cambio (1968), donde Huntington se enfrenta a los socialdemócratas que en aquellos años consideraban al ejército un agente de modernización y progreso para los países pobres. Los resultados catastróficos de las dictaduras militares de izquierdas en Perú, Ecuador y algunos estados asiáticos y africanos le dieron la razón.

Pero la tesis más atractiva es la que sostiene que la democracia no será posible mientras los políticos no renuncien a comprar las voluntades de los ciudadanos con quimeras. No podemos crear demócratas a golpe de subsidio, déficit y ayudas del FMI, en eso se resume un argumento que le granjeó la desconfianza de socialistas y populistas de distinto pelaje, pues uno de sus corolarios es que las transiciones democráticas deben hacerse de forma lenta y sin engañar al pueblo. El Estado de derecho no viene con una barra de pan bajo el brazo, aunque es la institución que mejor y de forma más justa facilita que cada uno se gane la suya.

En La tercera ola (1991) y en varios artículos publicados en la década de los 90, Huntington advierte contra otro peligro para la libertad: la hipermovilización política promovida por partidos y grupos de presión interesados en hacerse con un pedazo mayor de la siempre creciente tarta estatal. Nociones como deterioro democrático y gobernabilidad, esta última acuñada en Orden político, fueron objeto de burlas por parte de algunos que hoy lamentan la nueva ola autoritaria que asola América Latina. Tal vez si hubieran leído a Huntington sin anteojeras ideológicas tendrían menos de lo que lamentarse.

El libro más célebre de Huntington es El choque de civilizaciones (1996), una severa crítica a la política exterior de Bill Clinton que cada uno leyó a su manera, subrayando lo que le convenía y ocultando el resto. Tanto progres como neocons lo consideraron un manual de guerra, cuando en realidad es una propuesta de paz basada en alianzas económicas y defensivas y acercamientos culturales para evitar los enfrentamientos entre visiones del mundo mutuamente excluyentes. El choque no sólo arremete contra el multiculturalismo, sino que también advierte de los riesgos del neoconservadurismo.

Quizá es por eso que las diatribas neocon contra Huntington cuando se opuso a la política exterior de George W. Bush fueran igual de crueles que las lanzadas años antes desde el socialismo de izquierdas. Su demostración de la falsedad de la cita de T. S. Elliot ("si no tienes Dios, deberías rendir tus respetos a Hitler o a Stalin") y su preocupación ante fenómenos como la segunda evangelización de Europa, la islamización de la modernidad, el asalto teocrático al legado de Ataturk en Turquía y la postura de El Vaticano en las guerras de la ex Yugoslavia le situaron al margen de cualquier agenda teo-socialista. Una cosa es advertir del suicidio cultural de Occidente y de los riesgos de los derechos colectivos como alternativa a los individuales y otra muy diferente propugnar la vuelta a los años 50.

A propósito, algunas cosas que he leído estos días, cosas como que Huntington fue el inspirador de la presidencia de Bush, o que es el representante del ala más conservadora del Partido Republicano, deberían causar sonrojo a sus redactores. Por lo visto, la vergüenza no figura en la lista de valores, nuevos o viejos, que debemos conservar.

El interés de Huntington en la cultura y el futuro de los Estados nacionales le llevó a publicar ¿Quiénes somos? Who Are We? en su original en inglés, una pregunta planteada en los capítulos 1 y 6 de El choque– en 2004. Aquí el politólogo aplica los conceptos de indigenización, identidad, enclave cultural, ciudadanía dual y Estado desgarrado a los Estados Unidos. Sus conclusiones contradicen en parte algunas de sus tesis de 1996. Así, la convergencia cultural entre las civilizaciones Occidental y Latinoamericana fruto del influjo hispano en los Estados Unidos no sólo no se ha producido, sino que existe el riesgo de que los inmigrantes hispanos, debido a la lealtad que sienten hacia sus comunidades de origen, caven un nuevo clivaje étnico-cultural que agrande el Estado y erosione los valores de individualismo, libertad y responsabilidad asociados a la tradición anglo-protestante.

De nuevo, Huntington fue acusado de adoptar posturas que, lejos de suscribir, denuncia con una claridad meridiana. Si bien el libro contiene afirmaciones etnocéntricas, su objetivo es la superación de las divisiones raciales y de otro tipo que socavan la libertad individual y la democracia, tales como las religiosas (Huntington no es laicista, pero tampoco ahorra críticas al anti-intelectualismo y a la política del moralismo promovidos por la llamada derecha cristiana de su país). Tal vez ¿Quiénes somos? sea la obra menos lograda de Huntington y la que más contradicciones y vaguedades contenga. Algunos estudios empíricos han cuestionado la validez de sus preocupaciones, aunque tal vez sea demasiado pronto para descartar todas sus hipótesis.

Huntington fue un investigador valiente, provocador y moderno. Sus objeciones a la expansión del Estado, las pasiones desatadas y el comunitarismo, fuentes de letales juegos políticos de suma cero, le hacen acreedor de la atención de todos los que trabajan por un mundo de opciones ampliadas, esto es, de mentes libres y mercados libres. Descanse en paz.

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