Determinadas zonas y objetivos proporcionan a ETA el suficiente margen de maniobra para adecuar sus objetivos sobre la marcha. Los objetivos más difíciles exigen de la banda arriesgar unos comandos que hoy en día le faltan; los más fáciles le quitan credibilidad y la desgastan moralmente. Por eso busca conciliar ambas cosas: significado político y facilidad operativa. Y el Parque Juan Carlos I se le permite con un mínimo riesgo, un mínimo gasto y un máximo beneficio.
Comparado con otros lugares neurálgicos de Madrid, el riesgo en el parque empresarial Juan Carlos I es menor. Ofrece grandes espacios, un continuo trasiego de camionetas y turismos, un anonimato garantizado. La excelente red viaria que rodea la zona –por la M40 en poco tiempo se abandona Madrid por la A1 o la A2– permite la huida en unos minutos en cualquiera de las direcciones. Es fácil abandonar un coche bomba, escapar y estar bien lejos cuando la bomba estalle, incluso entrar en la ciudad para abandonarla poco después. Es un atentado que, en términos de riesgo, resulta seguro.
La operación, además, es relativamente sencilla, exige poco gasto humano. Probablemente los mismos que robaron la camioneta fueron los que prepararon la bomba y la colocaron, algo que en su pasado dorado hacían grupos totalmente distintos. En la capital, ETA carece de la estructura que en los ochenta traía en jaque a las fuerzas de seguridad. Tiene grandes dificultades para conseguir pisos y locales, no tiene la extensa red de colaboradores para arropar a los comandos y le resulta difícil atentar selectivamente en Madrid, como realmente gusta a los terroristas. Este atentado bien puede haber sido realizado sin infraestructura en la capital, simplemente explotando al máximo un único comando venido de fuera. Es un atentado que, en términos de infraestructura, resulta barato.
ETA ya atentó contra Ifema hace exactamente cuatro años: el 5 de febrero de 2005. El complejo empresarial ofrece el máximo beneficio que la banda busca en horas bajas. Alberga un número importante de grandes y conocidas empresas y es transitado por millones de españoles en ferias, congresos y exposiciones. Más allá o más acá, la repercusión está asegurada, y más si se avisa con tiempo a los medios de comunicación. En términos de imagen e impacto, atentar contra Ifema resulta rentable.
El atentado cumple la lógica del máximo beneficio con el mínimo esfuerzo. Una banda fuerte elige un objetivo por su valor político y estratégico y después calibra la operación. Una banda débil hace justo lo contrario; dirige su punto de mira contra objetivos fáciles que además puedan tener valor político. La diferencia es sutil, pero importante. En el caso de la ETA actual, concilia como puede las dos cosas. Busca objetivos fáciles y desprotegidos, pero que se puedan revestir políticamente y que tengan un gran impacto social.
¿Tiene que ver directamente con la decisión del Tribunal Supremo de la noche anterior? Eso le gustaría a Rubalcaba, empeñado en hacernos creer que quien se sienta a negociar con ETA puede ser al mismo tiempo su peor enemigo. El atentado tiene más que ver con la facilidad del objetivo que con una supuesta lucha antiterrorista titánica que Rubalcaba nunca ha librado. La decisión del Tribunal Supremo puede ser la ocasión de la bomba, pero no su causa ni su sentido.
¿Y Ferrovial? Su sede ha tenido la desgracia de ser un objetivo fácil en una ubicación fácil. Desde luego que ETA tiene en su punto de mira a las empresas que construyen la Y vasca del AVE. Pero no tiene la capacidad de atentar contra todas ellas como y cuando lo decida. Sus limitaciones son muchas y por esta necesidad los etarras establecen una ecuación difícil entre lo que se puede y lo que se quiere, contando más lo primero que lo segundo. Y es ahí donde se deben centrar los esfuerzos de cara a próximos atentados.
