Las urnas, bueno sí, se han transformado en el contenedor de las cenizas de la democracia. ¿Instituciones? Anda, ya. Partidos. La pregunta ya no es si votar o no votar o hacerlo en blanco sino cómo defendernos de todo esto que hemos consentido.
Han ocurrido tres sucesos que tienen mi ánimo perjudicado. El primero, haber visto un vídeo en el que el alcalde de Marinaleda, Juan Manuel Sánchez Gordillo, desahogaba su fe en su bondad natural acusando al resto de la humanidad de no estar a su altura. El segundo, tener sobre la memoria la intervención de la señora De la Vega acerca de los números de la Seguridad Social. Y el tercero, la fuga de Chaves. Por los tres grito ¡Socorro!
Flaubert, en su Diccionario de Lugares Comunes, aludía a la jirafa para explicar que, en la sociedad común de su época, era una palabra que servía para no llamar camello a una mujer, que quedaba más feo y ordinario. ¿Cómo llamar a Sánchez Gordillo sin que escandalicemos a la muchedumbre? Hacía tiempo que no se veía un espectáculo de esta magnitud intelectual y moral. El único tiempo histórico que se nos viene a la memoria es la Edad Media, los finales de la Edad Media, donde cualquier grupo de iluminados consideraba ser propietario de la verdadera fe cristiana y desafiaba al mundo con sus neodogmas. O tal vez el estertor fatal del imperio romano que paría sectas, religiones y dioses como si fueran churros.
Decía Gordillo: "Queremos denunciar la hipocresía del capitalismo internacional, de todos los gobiernos europeos, incluido el Gobierno de España (que además, aclara luego, tiene las manos manchadas de sangre), que le han vendido armas al Estado de Israel". Ea, y luego tan tranquilo, se va a casa a comer pipas de girasol. Gordillo, que ha conseguido que Marinaleda no tenga otro futuro que la sumisión ante su personalidad de culto y que sea la primera población andaluza donde Batasuna y sus clónicos tengan votos. Gordillo resume en su persona la dinámica de una locura que hace creer a un individuo que tiene la verdad absoluta y que ninguna información puede alterarla. Es decir, yo soy yo y la circunstancia también soy yo. La veracidad de hechos y la lógica de las aseveraciones no importa porque todo está decidido de antemano por una ley previa: yo, el partido. Y el que no ve el mundo así está alienado o es un enemigo del pueblo al que hay que machacar, en todos los sentidos. La democracia es imposible con gente así. Y el sentido común. Y la ciencia y la vida. En otro diccionario, el del diablo, podría ser poseso, sí, trastornado.
Luego sobrevino la señora De la Vega "explicando", como vicepresidenta de un Gobierno que representa a un país que dicen que es el octavo del mundo y que está en el G-20, unas pocas cifras de la Seguridad Social, organismo que paga mensualmente las pensiones de todos los jubilados españoles, de todos los huérfanos y viudas españoles, de todos los incapacitados españoles. Bueno, lo de explicar es un acto de generosidad. Digamos que la secuencia cifra, error, cifra, error, cifra, error superaba con creces el status de las coincidencias. No, nada de coincidencias. Sencillamente, no tenía ni puta idea de las cifras que le habían pasado en las fichas de turno y confundía fondo de pensiones con superávit y millones con unidades. Y uno se queda pensando: ¿En manos de quiénes estamos? ¿Y ésta es la vicepresidenta primera? ¿Cómo será la segunda? ¿Y el tercero?
Deduzco que pertenecemos a la galaxia del panfleto, distinto del panfleto del de Marinaleda, pero panfleto al fin, texto corto y simplista con el que se pretende explicar el mundo, la realidad y el todo a unos bultitos a quienes se llama ciudadanos pero que, en realidad, son considerado como idiotas. Sin perder la sonrisa y con ese aspecto de ñandú de despacho, una vicepresidenta puede en una democracia consolidada decir lo que dijo sin que tiemble ni una sola columna del templo. Y luego uno, que aún cree en la lógica, elabora una serie de preguntas: ¿Y esto será así en todos los asuntos de los que habla? ¿Cuál es el nivel intelectual real de nuestros políticos y políticas, Aido en mente? ¿Qué hemos hecho para merecer tal tortura? Ah, Spain is different, pero nosotros, los de a pie, importamos un comino a esta gente.
Y luego, está la fuga del vicepresidente tercero, der Chave. Los andaluces, incluso los que le votaron, aún no se han repuesto del leñazo. Hace tan sólo un año, un Chaves crecido profetizaba que volvería a presentarse en el 2012 si el partido lo quería. Y lo quería. Pero una cosa es el partido y otra cosa Zapatero, que es quien manda en el partido. Y claro, la base del PSOE, como la base de los demás partidos no sé si con alguna honrosa excepción, no es más que la denominación de la masa amorfa a la que hay que manipular, no el conjunto de sujetos inteligentes a los que hay que respetar por ser el único depósito de legitimidad democrática. Pues en esas, va Zapatero y decide que el congreso del PSOE andaluz no vale un pimiento, que el voto de los ciudadanos en 2008 se vaya a tomar por ahí y que la votación del plenario del parlamento andaluz que eligió a Chaves de presidente de Andalucía es como el tío en Graná.
Y er Chave, que si siempre manifestó su predilección jacobina y despótica –despotismo según el diccionario razonado de los gaditas de 1811 era "Dominio injusto que uno/ó mas usurpan sobre sus iguales... y tanto más opresivo quanto domina sobre los espíritus, empeñándose en que todos, en todo y por todo han de pensar como ellos...–, ha dejado claro que el jefe de su partido y el partido, el jefe; que entre el voto de los ciudadanos y el jefe, el jefe. Y que entre el pleno del Parlamento andaluz y el jefe, el jefe. Sí, sí, el partido pero, dentro del partido, el jefe. Antes Felipe. Ahora Pepe Luis. Lo elige la gente, lo elige su base, lo elige el pueblo, lo elige el Parlamento pero él canta: "Dame la manita, Pepe Luis". Y de un patadón, tira el quisco.
Estos tres sucesos nos obligan a todos los demócratas a preguntarnos qué podemos esperar. La verdad no interesa, la razón y la ciencia tampoco. El pueblo –no una masa, sino cada uno de los ciudadanos–, no existe más que como pantomima. Las urnas, bueno sí, se han transformado en el contenedor de las cenizas de la democracia. ¿Instituciones? Anda, ya. Partidos. La pregunta ya no es si votar o no votar o hacerlo en blanco sino cómo defendernos de todo esto que hemos consentido y, más de una vez, elegido. ¡Socorro!