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Manuel Ayau

¡Qué facil!

Se tiene fe ciega en el proceso de elección democrática, pero no se aprecia que eso no basta, que una cosa es el método de elección de funcionarios y otra el régimen de gobierno.

El país colapsa y nuestros líderes políticos e intelectuales siguen con la ingenua idea que el sistema es bueno y lo que falta son "hombres", hombres capaces y probos, para manejar la nación. En esto no somos originales: así piensan en todos los países pobres que esperan y esperan al hombre que los salvará. Cada cierto número de años, con ilusión democrática, eligen a otro hombre, con fe en el proceso de elección y no en el funcionamiento del sistema.

La histórica realidad es que hay sistemas que funcionan y sistemas que no funcionan, y la fácil excusa del fracaso de "los hombres" es simplemente una tontería muy cara porque se paga con pobreza, criminalidad, falta de oportunidades de trabajo, falta de infraestructura que facilite a la gente llegar a su trabajo, carencia de agua y unos servicios públicos ineficientes.

Con pocas excepciones, el desastre es continental, porque esa cultura política es común a nuestros desdichados pueblos latinoamericanos. Se tiene fe ciega en el proceso de elección democrática, pero no se aprecia que eso no basta, que una cosa es el método de elección de funcionarios y otra el régimen de gobierno. Se habla de un régimen de derecho, pero obviamente se confunde con un régimen de simple legalidad, en el cual las leyes frecuentemente legalizan las violaciones al derecho porque no se percibe la diferencia entre lo legal y el derecho.

Los hombres no son muy diferentes de un país a otro. El comportamiento, nada ejemplar, de los políticos de países ricos demuestra que los políticos no hacen la diferencia. La diferencia de prosperidad estriba en el sistema que rigió las actividades económicas que produjeron la riqueza y no en los hombres. Por eso, los pobres, en busca de oportunidades que no encuentran en sus países, emigran con enormes sacrificios a otros países, donde el sistema ha funcionado mejor.

La teoría y la experiencia histórica –que la izquierda rechaza irracionalmente por razones ideológicas– demuestran que los países que prosperan son aquellos que más se aproximan a un régimen de derecho genuino; es decir, a un régimen que se basa en el respeto de los derechos individuales de los ciudadanos, régimen en el cual la gente actúa y planifica de acuerdo a las reglas del juego, que en forma resumida consiste en hacer todo lo que es pacífico, todo lo que no viola los derechos de los demás.

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