Por las razones que argumenta este estupendo artículo de opinión de Juan Ramón Rallo, la única forma de salir de esta crisis a todos los niveles, es el tercer significado posible de "cambio de gobierno".
Se puede hacer de varias formas, desde la unión y organización de nuestra sociedad civil, hasta alcanzar tal número de ciudadanos que se llegue a echar de nuestra Casa a los actuales actores políticos, hasta aquella que no deseamos, y deja episodios parecidos al 2 de mayo de 1808, aunque en este caso para aniquilar al "enemigo interno" o traidores que nos tiranizan, sin olvidarnos de todos aquellos que nos "parasitaron" durante décadas.
Que lo hagamos de una manera u otra, depende de lo que hagamos a partir de ahora.
de acuerdo, pero nunca se dice cómo vamos a cambiar la relación ciudadano-gobierno. A quién votamos? Acaso hay partido liberal? Yo tengo claro que votaré a UPyD, porque dijo claramente que ella sólo pactará con algún partido que acceda a reformar la ley electoral. Eso quiere decir que acabaríamos con la partitocracia y el voto útil, principal problema a resolver para acabar con la situación actual, ya que ahora mismo somos rehenes de los 2 primeros casos que han sido descritos en el artículo. Ni pp, ni psoe, ni nacionalistas van a querer cambiar la ley electoral que les beneficia.
El siguiente paso, serían las listas abiertas. En ese momento, los ciudadanos tendríamos la sartén por el mango y podríamos empezar a votar a los políticos que más se aproximen a nuestras ideas y así evitar tener que votar de manera obligatoria a "los socialistas de todos los partidos."

Muy bueno, como todo lo que escribe, Sr. Rallo.
Me permito destacar esta idea que me parece clave: “En un mundo donde el conocimiento es cada vez más específico, especializado y descentralizado es suicida concentrarlo cada vez en menos manos (sea en la Administración central o sus sosias autonómicos y municipales)”
“Pero si es un chavalín”, recuerdo que alguien “argumentó” pretendiendo descalificar sus ideas. Pues menuda mente esclarecida y agudísima la del “chavalín”.