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Alberto Gómez

El país de los complejos

El motivo puede ser el mismo que agarrota al centro-derecha político y social bien informado: es decir, el acomplejamiento.

¿Cómo es posible que la gran base de votantes de centro izquierda, que se siente española, cree en la justicia, defiende a la familia, rechaza el aborto y se considera mayoritariamente cristiana votar a un partido que condecora a enemigos de España, relega a los castellanohablantes a ciudadanos de segunda, impide la acción de la justicia, acosa policialmente a la oposición, ataca a la familia y a la religión cristiana, tapa investigaciones sobre atentados terroristas horribles, favorece al islam, negocia con terroristas y crea una excepción a la patria potestad mas aberrante que puede pensarse como es la exclusión de permiso paterno en adolescentes para abortar?

Es una de las preguntas más largas pero más necesarias de responder con urgencia, o la alternativa será volvernos todos locos si no lo estamos ya. Unos de esquizofrenia y otros de intentar entenderlo.

Aparte de la respuesta obvia de la desinformación –que no es suficiente– el motivo puede ser el mismo que agarrota al centro-derecha político y social bien informado: es decir, el acomplejamiento, el no dar crédito a lo que uno piensa y siente ante la sensación de que la historia se mueve inexorablemente en una dirección que podría relegarle al ostracismo.

Y es que una vez uno se hace de izquierdas, cuando casi sin saberlo acepta algunos principios de partida –como la noción de derechos positivos; verbigracia, el derecho a una vivienda y a un puesto de trabajo por el mero hecho de existir–, a partir de ese momento ni puede uno quejarse ni puede objetar el que otros pidan cosas cada vez mas estrambóticas y onerosas como los derechos de las lenguas y de los pueblos, el de los animales al voto y, dentro de poco, el de los ciempiés a ser obispos. Esa es la lógica de ese tipo de "progreso" que lleva a la radicalización.

Así que tanto doña Luisa –que vitoreó a Franco y cobra la pensión–, como Don Anselmo –obrero del metal que tiene dos hijas adolescentes y que, maldita sea la gracia que le hace lo del aborto– se ven en la tesitura de apoyar a un partido y unas medidas cuyo cuestionamiento podría andando el tiempo hacer tambalear "lo suyo".

En el fondo aquí hay una necesidad de no quedarse atrás siguiendo la lógica del "progreso". Lo mismo que el centro-derechista que, por definición, se ve obligado cada cierto tiempo a hacerse el moderno, desmarcándose de otros –por nombre, "la derecha extrema"–, ya excluidos de la vida política y social, cuando éstos critican las barbaridades que comete el Gobierno. Eso les da el pedigrí centrista que necesitan, imprescindible para navegar en un medio social que no tolera a aquellos que no van a la misma velocidad de crucero en la radicalización que nos lleva hacia... pues eso, que nos lleva hacia donde todos sabemos que vamos.

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