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Clemente Polo

Derrotados

La pérdida de 9 escaños confirma que los guiños de última hora a su electorado tradicional no han logrado enmendar tantos años de azarosos peregrinajes en la dirección marcada por los partidos independentistas.

Los resultados de las elecciones del 28-N han confirmado los negros pronósticos que hice el pasado 27 de junio sobre el porvenir que aguardaba a los dos principales partidos, PSC y ERC, que han sostenido los Gobiernos tripartitos en Cataluña desde 2003.

A los aparceros (ERC), les advertía sobre la escasa consistencia de su peculiar versión del cuento de la lechera. Extrapolando al conjunto del censo los 550.000 votos logrados en las consultas independentistas, los valientes hombres de ERC se veían ya liderando el movimiento independentista que, con un millón de votos, pasaba a ser la primera fuerza política de Cataluña. "En lugar del millón de votos –pronosticaba– lo que espera a ERC en las próximas elecciones es un desplome histórico. ¿Dónde está la urna con el millón de votos se preguntarán incrédulos dentro de unos meses los apóstoles de la independencia?". Y concluía: "La organización de los referéndums puede que haya servido a ERC para fortalecer sus redes de activistas que... llevan traza de convertirse más que en un partido de Gobierno en la reencarnación de la brigada político-social de la dictadura franquista". La pérdida de 11 de los 21 escaños logrados en 2006 constituye una prueba inequívoca de que ERC equivocó completamente su estrategia.

Igualmente sombrío era el porvenir que dibujaba para los convidados de piedra (PSC). "El PSC –decía– será el gran perdedor en las próximas elecciones autonómicas y pienso que una vez desalojado de la Generalitat no levantará cabeza en una o dos décadas". También el PSC erró de lleno en su estrategia. El primer yerro de Maragall y del PSC fue hacerle "el trabajo sucio a CiU liderando la elaboración del proyecto de Estatut aprobado en el Parlament el 30 de septiembre de 2005 y convirtiéndose en el abanderado de una concepción bilateral de las relaciones entre Cataluña y España". Luego, Montilla se empecinó en sostener que el"Estatut [aprobado en el Congreso] es un pacto político", exigió al Tribunal Constitucional que no lo tratara "como un simple texto jurídico" y hasta le pidió que se declarara incompetente para resolver los recursos de inconstitucionalidad planteados por el PP, otras comunidades autónomas y el Defensor del Pueblo. Su miopía política le llevó incluso a encabezar la manifestación del 10 de julio, una cita histórica que Montilla tuvo que abandonar por piernas entre abucheos e insultos de los manifestantes para mayor regocijo de Pujol, Mas y Cía. "Se equivocan de nuevo –les decía también en mi artículo– si creen que estos gestos dirigidos a los votantes nacionalistas van a reforzar su reputación. Lo que sí es seguro es que se han alienado a buena parte de sus votantes naturales". La pérdida de 9 escaños en las elecciones confirma que los guiños de última hora a su electorado tradicional –incluida la actuación estelar de El Cid González para animar su mitin central– no han logrado enmendar tantos años de azarosos peregrinajes en la dirección marcada por los partidos independentistas (CDC, ERC e ICV-EUiA). Montilla es ya un cadáver político, el PSC un barco que hace agua y el compromiso de los socialistas catalanes con el proyecto "nacional" un lastre que amenaza con hundir también al PSOE.

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