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Alberto Gómez

Los celos y la hipocresía

La hipocresía no tiene por qué ser siempre mala. Es necesaria para convivir, pero es patológica en una sociedad que malvive de espaldas a la realidad construyendo la enésima utopía estúpida.

Lo que se suele llamar teoría de la evolución, obviando expresiones como darwinismo o teoría de la selección natural –más correctos pero no en lo político–, suele simplificarse a gusto de la agenda de cada uno; actualmente está de moda el concepto fofo y etéreo de la evolución como el cambio continúo de todo, sin nada estable y en plazos difusos, más o menos al azar. Esto se ajusta a la agenda de la izquierda, con objeto de atacar a cualquier institución existente que no les interese. Ese aspecto disolvente del llamado "evolucionismo", que asusta a radicales tan curtidos como Daniel Dennet, tiene su otra cara en la simplonería absurda, de moda en tiempos pasados, de que el darwinismo es la ley del más fuerte. Esta visión nietzscheana lleva a Sabino Arana en su aspecto colectivo. Si se asume individualmente, también lleva a ciertos prototipos de idiotas encantados de conocerse a sí mismos.

Pero la teoría de la selección natural es más sutil, y aplicada al ser humano de forma rigurosa nos ofrece un camino de vuelta a casa, a lo que ya sabíamos, pero que los utopistas simplones de uno u otro tipo querían ocultar. Veámoslo aplicado a los celos en la pareja, por ejemplo.

Si los genes codifican las conductas en todos los animales, también ocurre en el hombre. Contra lo que dice el cuento culturalista, los celos no son algo fruto de la represión (y bla bla bla), sino que son parte de un programa innato de vigilancia de la pareja por razones claras y precisas, Una de las hipótesis más sometidas a prueba, que se deduce de las problemas evolutivos que el ser humano ha tenido que afrontar, está relacionada con la diferencia de percepciones de la infidelidad en hombres y mujeres. La hipótesis consiste en que los hombres corren riesgo de no pasar sus genes a la siguiente generación si su mujer realiza el acto sexual con otro hombre, teniendo en cuenta que puede hacer una inversión de tiempo y de recursos enorme para un hijo que no es suyo. Los genes de hombres que no vigilaban a sus mujeres no han llegado hasta nosotros. Somos hijos, y hemos heredado las conductas, codificadas genéticamente, de aquellos que vigilaron sexualmente a sus parejas.

En cambio, el éxito reproductivo de la mujer no recibe ese daño si su hombre tiene una relación esporádica con otra mujer. Sí lo sufría en el pasado evolutivo, si su hombre se comprometía emocionalmente con otra mujer e invertía sus recursos en dicha mujer en lugar de en ella misma y en sus hijos. Por tanto, la mujer experimenta un malestar más elevado en ese segundo caso, al contrario que en el hombre, lo cual desencadena reacciones de protección que todos conocemos. Somos hijos biológicos de aquellas mujeres, y hemos heredado las conductas de las que vigilaron el compromiso emocional de sus parejas.

Por lo tanto los hombres siguen comportándose y sintiendo de la misma forma que sus antepasados del mismo sexo. Y así es. La hipótesis ha sido contrastada en muchísimos estudios basados en encuestas: los hombres se sienten más celosos imaginando una escena de sexo de su pareja y las mujeres se sienten más celosas imaginando una relación de amistad de su pareja con otra. Aunque el hombre sea muy famoso, aunque la mujer sea infinitamente rica y no necesite a su pareja para sacar adelante a su hijo, la fidelidad emocional es fundamental para la mujer y la fidelidad sexual para el hombre.

Curiosamente, a pesar de que el resultado es universal, en la patria de lo políticamente correcto, Europa, muchos hombres y mujeres dan la respuesta contraria, si bien tardan bastante más en contestar cuando se mide el tiempo de respuesta.

La conclusión es que las respuestas inmediatas responden al mecanismo innato de evaluación de la situación, que es distinto entre hombres y mujeres, con lo que se confirmaría la hipótesis. En cambio las respuestas lentas son un efecto de un proceso semiconsciente influido, ahora sí, por cuestiones culturales, que puede llevar a enmascarar la preferencia real. Su efecto tiende a filtrar lo que existe pero está mal visto. Es lo que llamamos hipocresía. La hipocresía no tiene por qué ser siempre mala. Es necesaria para convivir, pero es patológica en una sociedad que malvive de espaldas a la realidad construyendo la enésima utopía estúpida. Ya es hora de volver a casa.

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