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Serafín Fanjul

Por las ramas

El hecho central, sin embargo, está bien claro: se ha ajusticiado a uno de los mayores criminales de nuestro tiempo (en las ejecuciones los reos van desarmados), lo cual no es poco.

Hace unos días, encontrándome en Italia, presencié uno de los numerosos debates que las televisiones italianas emiten, por cierto calcados de los españoles, o viceversa: griterío general, mala educación, indocumentados ejerciendo de expertos en todo, políticos descarados asegurando que por los albañales fluye la ambrosía... Lo mismo. Se hablaba de las intervenciones militares en que el país participa, en Afganistán y en Libia, lo más espinoso. Entre los berreantes había de todo: meros aparatchik de esta o aquella facción, melifluos democristianos que no sabían cómo ponerse de perfil y, en especial, una variada gama de progres, tan previsibles como los de aquí, con idénticos tics, gazmoñerías políticamente correctas y desconocimiento total de lo que es vivir en un país musulmán. Uno –cuyo nombre no recuerdo, pero no hace al caso– intentaba por todos los medios ser el más resultón, protagonista e impactante diciendo bobadas para escandalizar (creo que superaba a los españoles de su género). Llegó a referir –sin ánimo comercial, claro– que había publicado un libro sobre (es decir, contra) la guerra de Afganistán y que se lo había dedicado a los talibanes, como luchadores de la libertad que son. Aquí no he visto nunca tanto, pero todo se andará.

Los americanos han matado a Ibn Láden –e fixeron ben– y de inmediato se ha puesto en marcha la avasalladora máquina de distorsión "progresista" para sacarle punta al asunto y no admitir que los yanquis pueden hacer algo bien, aunque sea acabar con la vida de alguien tan sanguinario y miserable como Ibn Láden. No una división acorazada mediática, sino todo el VIII Ejército de Montgomery se ha lanzado al asalto para deslucir el éxito y dejar bien claro que los buenos (y víctimas) son los salvajes que lapidan mujeres y desuellan vivos a los prisioneros. Y ya que hablamos del VIII Ejército, recordaremos que los ingleses pretendieron asesinar a Rommel desembarcando un comando en la costa de Cirenaica, que fracasó estrepitosamente por un fallo de información, aunque en las películas cuenten otras cosas; podemos también citar que los nazis trataron de matar a Churchill derribando un avión de línea (acción igualmente fallida por la mala información), o que Napoleón secuestró en territorio extranjero al duque de Enghien y lo hizo ejecutar.

En el curso de la Historia se pueden encontrar acciones de esta clase, en situaciones de guerra, unas cuantas y señaladas. Y es obvio que el ataque del 11 de Setiembre de 2001 fue una nítida declaración de guerra y Estados Unidos actúa en consecuencia, con este o aquel presidente, para desesperación de los progres devotos de San Obama: creían haber hallado en el mulato al bondadoso San Martín de Porres y resulta que es el jefe del Pentágono. Acabáramos.

La lista de cargos es la previsible: extraterritorialidad, dicen, los que saben qué es eso; soberanía paquistaní; pánico por las represalias (mejor no hagamos nada, en puro estilo hispano); injusto asesinato, por matarle desarmado (sus compadres no lo estaban), dato que conocemos por haberlo referido los mismos americanos, podían contar otra versión; ocultación, por ahora, de las fotos correspondientes; ejecución y no captura, para juzgarle (¿con cuántos atentados y secuestros de rehenes simultáneos, amén de manifestaciones de los doloridos progres?); ofensa al islam; inutilidad porque detrás viene otro peor (¿cómo se mide eso?); sugerencia de misterios y detalles para la novela (el presidente de Estados Unidos no anuncia la noticia si no está seguro de lo que dice)... Completen ustedes la lista con el torrente de flatus vocis que estamos oyendo y tendrán el panorama total.

El hecho central, sin embargo, está bien claro: se ha ajusticiado a uno de los mayores criminales de nuestro tiempo (en las ejecuciones los reos van desarmados), lo cual no es poco. Y, en cuanto a los atentados terroristas que vengan, serán responsabilidad de sus autores, no de los americanos, que han actuado con estricto sentido de reciprocidad y de lógica. Y, con toda seguridad, irán a por los nuevos asesinos. A ver si los españoles nos aplicamos el cuento.

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