La Nación en el despeñadero, recuperar el terreno común...
el espacio público común perdido, Cristina...
Estado fallido llama a eso Agapito en su artículo de hoy. Ahí le he dejado un comentario esperando (?) que eso no signifique Sociedad fallida, sociedad dividida en múltiples "ciudades" o "naciones" en el sentido de San Agustín: naciones separadas cohabitando un mismo pais, ciudadanos y súbditos de distintos señores cruzándose por las mismas calles, que a lo más que pueden aspirar es a no hacerse la guerra en ellas.
De sociedades fallidas habla también María San Gil en el prólogo a su libro, traído a LD hoy. Habla ella de el País Vasco, pero todo pinta que el modelo se ha extendido al "resto del país" (en sus múltiples acepciones...).
Más que la democracia, la libertad, en su más amplio sentido, ha tenido pocos partidarios. Del "vivan las caenas" hemos llegado a que papá biológico o papá estado resuelva todas las papeletas: alimentación, vivienda, empleo, educación, sanidad, ....
Mientras en otros países adolescentes de 18 años se buscan por sí mismos la vida, aquí hay muchos treinteañeros con pelos hasta las orejas que viven de la sopa boba. Muchos de ellos con agregados: novia-esposa e hijo. O con vivienda hipotecada que no podían pagar por sí mismos en las vacas gordas pero que lo hacían gracias a que comían en casa de los padres, rascando a la mamá alguna propina para los "complementos".
Y es que la libertad, el hecho de ser uno libre, tiene un alto precio que muchos, en España, no están dispuestos a pagar. Sacrificio, esfuerzo, tenacidad, independencia, no. Es mejor vivir del esfuerzo de los demás y culpar de todos nuestros males a cualquier otro.
Cristina, no creo que sea el primero en expresar que, entre los concordantes de la "Transición", una mitad de ellos cruzaron los dedos a su espalda y se prometieron traicionarla cuando llegara su momento. Por ello, su "Espíritu", tal como se considera, nunca existió; aunque, como sucedáneo, nos ha servido durante treinta y cuatro años. Esta reflexión me arrastra a una especie de maniqueismo, donde los "buenos" serían los de la otra mitad. Pues que así sea: la Iglesia nos enseña que también existe el Diablo.
Con afecto.