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Ignacio Moncada

Por fin un Gobierno aburrido

Cada ministro de Rajoy llega con una buena preparación. Con currículums homologables con los de ministros de países de nuestro entorno. Es un equipo muy técnico, con experiencia de gobierno y con las ideas razonablemente claras.

La composición del Gobierno de Rajoy ha sido el secreto mejor guardado, pero no ha sorprendido a nadie. El nuevo presidente ha formado un Gabinete que ha despertado algunas esperanzas de cara a la enorme tarea que tiene por delante. Tampoco excesivas, no exageremos. Pero sí que ha encendido una pequeña y lejana luz al final de un túnel que se hace interminable. Sólo el tiempo dirá si se trataba de una artificial bombilla, de un espejismo provocado por la necesidad de agarrarse a algo, o si en efecto se trata de una auténtica salida.

Una de las virtudes de este Gobierno es que es tremendamente aburrido. Los ministros no han sido seleccionados para dar golpes de efecto, ni para convertirse en estrellas mediáticas. Atrás dejamos esos gabinetes que Zapatero componía en base a múltiples cuotas, siempre respetando el firme criterio de seleccionar ministros insuficientemente preparados para llevar a cabo una tarea que el líder no era capaz de definir. Cada ministro de Rajoy, sin embargo, llega con una buena preparación. Con currículums homologables con los de ministros de países de nuestro entorno. Es un equipo muy técnico, con experiencia de gobierno y con las ideas razonablemente claras. Cada uno sabe lo que tiene que hacer, y, como decía Alberto Recarte, no van a perder ni un minuto en aprender a gobernar.

El equipo económico del Gobierno de Rajoy, al menos sobre el papel, está compuesto por el sector liberal del PP. El propio presidente, en su discurso de investidura, sorprendió gratamente a los liberales dando a entender que pretende acometer el tremendo ajuste que necesita el sector público español únicamente por la vía del gasto, y no mediante subidas de impuestos. De ser verdad, estaríamos hablando de una idea esperanzadora que ninguno de los países con problemas de déficit ha sido capaz de cumplir. Sería admitir, por fin, que el problema es que seguimos intentando vivir de los artificiales ingresos de una burbuja que no volverá. Que no hay que subirles los impuestos a unos españoles ya ahogados, sino que hay que reducir el Estado a un tamaño que nos podamos permitir.

Las tareas económicas más urgentes a emprender se dividen en tres bloques. Uno será precisamente el de cuadrar las cuentas, y el encargado será Cristóbal Montoro. El de Hacienda será, probablemente, el ministro más importante en los próximos dos o tres años. La segunda tarea será la de recapitalizar el sistema financiero. Correrá a cargo de Luis De Guindos. El ministro de Economía ha explicado en múltiples conferencias y artículos sus reflexiones sobre la naturaleza de la crisis, en la que mostraba un gran conocimiento y coincidía en buena parte con la teoría del ciclo de la escuela austriaca. Pese a ello, y dentro de lo bueno, es de quien más sospecho. Una cosa es conocer las causas de la depresión y el funcionamiento interno del sistema financiero, y otra muy diferente es resolver el problema de forma justa y con respeto por el ciudadano de a pie. Pero este riesgo hubiera existido igual con cualquier otro ministro que hubieran nombrado. Son políticos, al fin y al cabo. Y me atrevería a decir que con De Guindos este riesgo es menor que con cualquier otro que hubieran nombrado. El tercer bloque, que también coordinará De Guindos con la ayuda de otros ministros, son las reformas estructurales que harán de pista de despegue del crecimiento económico.

En conjunto, el Gobierno de Rajoy, entre sus oscuras sombras, presenta esperanzadoras luces. Sobre todo en lo urgente, que es el asunto económico. Dadas las fechas en las que nos encontramos, época de ilusión y optimismo, quedémonos con las luces. Existen motivos para ello. Disfrutemos por unos instantes de esperanza. Tiempo habrá para analizar las sombras del Gobierno. La cuesta de enero será este año más larga que nunca. Ya caeremos en el pesimismo entonces.

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