Ahora bien, ¿es justificable la lidia en el mismo sentido en que lo es el sacrificio del animal?, ¿puede haber tauromaquia sin sacrificio?. Y si no puede, ¿qué papel esencial juega la muerte en este arte?. Descubrir, o acaso inventar, un sentido intelectual que justifique la necesidad “del factum de la muerte”, ¿responde a la verdadera realidad o a un prejuicio tradicionalista que se pretende disimular con la razón?. –como por ejemplo, el de mantener incólume y pura su práctica ( idola theatri con prejuicio ahistórico)-. Y por último, si finalmente diéramos por aceptar y justificar la muerte del toro, ¿qué nos impediría racionalmente negar la hipótesis experimentalista, es decir, la práctica de hipotéticos espectáculos similares, siempre acorde a las reglas de un arte, con un sin fin de animales más?. El architaurino, por el hecho de serlo, ha de ser también, ultrataurino. Y eso es lo grave, su posición rebasa la mera defensa de la tauromaquia. Según él, la combinación de instancias sociohistóricas, culturales y económicas están por encima o tienen primacía sobre la defensa de una ética especista. Esto significa una auténtica posición de valor ante la realidad. Formula un enunciado metafísico. Conlleva millones de implicaciones que ni siquiera se ha parado a apercibir porque ni siquiera ha hecho autoconsciente su posición. ¿Se atreve a sostenerla con voz clara y espíritu sereno?. ¿ Es capaz de asumirla hasta las últimas consecuencias?. ¿Hasta dónde podrá mantener el taurino su compromiso ontopolítico ad futurum, sin contradecirse y sin renunciar a la acción coherente con sus principios?. Si el taurino quiere ser taurino, o filosofa, -y muy bien-, o muere. Aplausos.
A los animales hay que tratarlos con humanidad. Me parece una exageración lo de comparar el holocausto judío con la fiesta de los toros. Por ahí no paso. Pero eso no quita para que piense que esa tradición de los toros nos abate desde un punto de vista moral. Los países civilizados suelen legislar en favor de los animales, las personas civilizadas tratan con respeto y hasta con ternura a los animales... Pero España no puede tener una ley de protección de los animales a nivel nacional, porque sería tan irrisoría y tan inconsistente si a la vez se mantienen las corridas que mejor no hacerla.
Hay personas muy instruidas y doctas, como Vd. mismo, que defienden el espectáculo taurino y disfrutan con él. Eso es lo yo no entiendo. La racionalidad de todo el pensamiento, la lógica de las ideas se margina en aras de la tradición. ¿Por qué? Se me escapa, pero mi respeto lo tienen.
Sobre el toreo y la creación de discursos bellos.
Supongamos que somos taurinos y nos importa un huevo la tauroética. Supongamos que hemos hecho para ello epoché del toro, que lo hemos puesto entre paréntesis moralmente, para no pensarlo. Su muerte está neutralizada como pura imagen y repetición. Estamos protegidos contra un acceso sentimental y fenomenológico al acto originario en el que la espada atraviesa su corazón acabando con su vida y cayendo el animal batido sobre la arena.
Aliñemos o disimulemos nuestra neutralizada indolencia en un sentido pragmático, si se quiere, con la enorme contribución que hace el arte taurino a la economía nacional. Guiémonos, para espiritualizar el asunto, por consideraciones estéticas y culturales que simbolicen y puedan trascender el hecho del toreo reflejando nuestra historia e idiosincrasia. Digamos que aparte del sentido trágico y sublime del arte, de los códigos de conducta y cualidades ennoblecedoras que se atribuyen al toro, aparte también de la creación de un lenguaje emparentado alguna vez con la narrativa literaria, se encuentra detrás una concreta ontología del ser de España para hacerla inteligible desde los últimos cuatro siglos. La lidia se presenta así como algo más que una tradición nacional y folklórica, es decir, como algo más que una mera necesidad o prurito reaccionario sin el cual no se puede contar, sino más bien, como una creación de un pueblo en la que se condensa una nada despreciable densidad de su espíritu, es decir, un manantial muy rico de formas, estilos y expresiones vitales surgidas de la espontaneidad de una nación. 2) Si añadimos además que la res brava tal como hoy la conocemos no existiría sin este arte, que el toro bravo gozará de una calidad de vida y de unos cuidados envidiables mientras se cría en la dehesa, y que a diferencia de otros animales no sólo servirá a las necesidades económicas del hombre sino también a sus necesidades espirituales y culturales, parece ser que a la inexistencia del toro de lidia –consecuencia de la supresión de la tauromaquia-, es preferible su existencia.