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EDITORIAL

Cataluña y las pensiones... y el futuro de las pensiones

Desmontar el infumable mito nacionalista es una cosa. Y dar por bueno el sistema de pensiones, otra. Porque el sistema no es bueno. Ni mucho menos.

Cataluña no tiene dinero ni para pagar a sus pensionistas. Y no precisamente por que se lo hayan llevado otros, como miente el nacionalismo piafante. Este fin de semana hemos conocido un nuevo dato demoledor del mito de la Cataluña expoliada por la maldita y mísera España –mito asumido y aventado por los nacionalistas de todos los partidos, también los que militan en el PSC–: los catalanes sacan más dinero de la caja única de la Seguridad Social del que meten en ella. El desfase alcanzó en 2011 la alucinante cifra de 1.168 millones de euros, aún más estupefaciente si se la compara con la que exhibe Madrid, que en el mismo ejercicio aportó 3.052 millones más de los que recibió. Madrid, por cierto, tiene dos millones de habitantes menos que Cataluña.

Los datos de la realidad económica del Principado no hablan por sí solos, pero porque los datos no hablan. Para que lo hagan necesitan que se les dé voz. Y ese es un deber ineludible de los medios de comunicación y de los partidos políticos no comprometidos con la manipulación, la mentira y el odio a España. Deber ineludible especialmente necesario de aquí a las trascendentales elecciones autonómicas del 25 de noviembre, para que los catalanes sepan qué está en juego y se hagan una idea de qué entrañaría la ejecución de la amenaza secesionista.

Eso, desmontar el infumable mito nacionalista, es una cosa. Y dar por bueno el sistema de pensiones, otra muy distinta... y perniciosa. Porque el sistema no es bueno. Ni mucho menos. Es, de hecho, un sistema malo, ineficiente, injusto.

España necesita hacer de una vez una profunda reflexión sobre las pensiones. Pero esa reflexión tiene que ser política, esto es, orientada a la acción. El sistema actual es, sencillamente, insostenible. Y si no se toman medidas con decisión y coraje, la muy cruda realidad las impondrá en el peor momento y de la peor manera. Perjudicando especialmente a las generaciones más jóvenes, también a los menores de edad, que no han sido responsables del desastre pero que indudablemente se verían gravemente afectados: sobre su futuro pesaría un fardo pesadísimo conformado con cantidades formidables de insolidaridad e injusticia.

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